“No cabe en mis palabras sino
el secreto que traspasa mi
corazón.”
(Ibn Arabí, Intérprete de los
deseos ardientes)
“Diles que he tenido una vida maravillosa.”
(Ludwig Wittgenstein)
Como semillas que esperaran su
luna fértil para darse a conocer, así las palabras verdaderas aguardan un desprevenido
lector a quien entregar su oculto sentido. Más allá de respirar y alimentarse,
la posibilidad de ser quienes necesitamos ser se revela intrínsecamente ligada a
la circunstancia de encontrarnos inmersos en la maravilla de un mínimo entorno
intelectual y afectivo. Sin esto, relegatus
in perpetuum, la vida no es sino devastación, inercia, amargo exilio en
cautiverio y desamparo.
Bendito siempre, audisti de malis nostris, el parental Eterno que nos condujo a las hijas del jethro Raguel y nos otorgó el honor de sentarnos a su mesa, apacentar sus rebaños y recibir
el amor de Sephora. Ese amor que permite captar el más leve guiño en una vulgar
zarza y descalzarse, tras sentir el intenso pálpito de la completud tras ella. Mientras
otros endulzan sus mentiras con vocablos de manipulador prestigio para conmover
a pusilánimes, ciegos e indolentes, sin otra certeza que la de no ser, aniquilados
en él, noli timeres.
Inspirador
ResponderEliminarCelebro que te haya resultado inspirador el post y agradezco tu feedback nada más aterrizar en el blog. Te doy la bienvenida y te animo a participar siempre que quieras.
Eliminar