domingo, 29 de septiembre de 2013

El lamento de Ovidio

“No cabe en mis palabras sino
el secreto que traspasa mi corazón.”
(Ibn Arabí, Intérprete de los deseos ardientes)
 
 “Diles que he tenido una vida maravillosa.”
(Ludwig Wittgenstein)

 

 

Como semillas que esperaran su luna fértil para darse a conocer, así las palabras verdaderas aguardan un desprevenido lector a quien entregar su oculto sentido. Más allá de respirar y alimentarse, la posibilidad de ser quienes necesitamos ser se revela intrínsecamente ligada a la circunstancia de encontrarnos inmersos en la maravilla de un mínimo entorno intelectual y afectivo. Sin esto, relegatus in perpetuum, la vida no es sino devastación, inercia, amargo exilio en cautiverio y desamparo.


Bendito siempre, audisti de malis nostris, el parental Eterno que nos condujo a las hijas del jethro Raguel y nos otorgó el honor de sentarnos a su mesa, apacentar sus rebaños y recibir el amor de Sephora. Ese amor que permite captar el más leve guiño en una vulgar zarza y descalzarse, tras sentir el intenso pálpito de la completud tras ella. Mientras otros endulzan sus mentiras con vocablos de manipulador prestigio para conmover a pusilánimes, ciegos e indolentes, sin otra certeza que la de no ser, aniquilados en él, noli timeres.
 
 

 

2 comentarios:

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    1. Celebro que te haya resultado inspirador el post y agradezco tu feedback nada más aterrizar en el blog. Te doy la bienvenida y te animo a participar siempre que quieras.

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