“El Eterno me condujo a un valle rebosante de huesos resecos
y allí me preguntó: ¿Vivirán estos huesos?
¡Profetiza desde el Espíritu, hijo del hombre!”
(Ezequiel 37, 1)
Vivimos en un mundo lo
suficientemente oscuro como para que nada resulte ser como aparenta ni nadie
necesite ya ser coherente con lo que enseña. Nada de lo que creemos saber
impregna nuestras vidas ni siquiera aspira a ser realmente vivido. Allí donde
el sagrado fuego de la discrepancia nos permite advertir que todo es cuestión
de perspectiva, la certeza de saber si nuestra mirada es la adecuada es lo que
entrevera toda fe de sus necesarias dudas. Por eso, tras atravesar los umbrales
de la vida, aún necesitamos seguir estudiando, esto es, seguir abiertos al
aprendizaje que deja la escucha atenta. Ni el más excelso manual de sexología
suple la experiencia del revolcón amatorio junto a alguien con suficiente pericia. Así, donde la mayoría opina, conoce sólo quien verdaderamente conoce.
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