“Los
dioses que rigen la vida son los metros:
todo
se sostiene aquí y ahora gracias a ellos.”
(Rig
Veda)
“La
trama sobre la que todo se teje
(incluso
el akásico campo escalar)
es
la medida, verdadera sílaba divina.”
(Yajnavalkya, Shatapatha Brahmana)
Si
la felicidad es tan contagiosa, como ahora dicen, rodearse de personas felices aumentaría
considerablemente nuestra probabilidad de contraer tan fatal enfermedad y
mostrar así sus perversos síntomas: la sonrisa natural, la perseverancia, la
capacidad de encontrar el lado positivo a cada situación y celebrar los
pequeños triunfos cotidianos, el gusto por los placeres sencillos, por hacer el
bien y ayudar al prójimo desconocido, dejándose llevar por la buena música y
las conversaciones de corazón a corazón, donde escuchar al otro significa desconectar
del torrente dominante y detenerse a bucear en su mirada con la nuestra, desde
un mismo y único espíritu, caminando, riendo y soñando en un sendero de vida
compartida.
Ya no sería necesario ver películas tristes, comer carne roja, pelear con nuestros músculos hasta caer rendidos en el gimnasio, viajar en metro o tener que pensar siquiera en nuestra condición mortal nunca más. Si la felicidad fuera tan contagiosa, podríamos tener incluso la alucinación de encontrar un Buddha en el camino y, como señalan los sabios Zen, tendríamos que armarnos de suficiente valor para... matarlo. Después de todo ¿quién quiere ser esclavo de su felicidad?
Ya no sería necesario ver películas tristes, comer carne roja, pelear con nuestros músculos hasta caer rendidos en el gimnasio, viajar en metro o tener que pensar siquiera en nuestra condición mortal nunca más. Si la felicidad fuera tan contagiosa, podríamos tener incluso la alucinación de encontrar un Buddha en el camino y, como señalan los sabios Zen, tendríamos que armarnos de suficiente valor para... matarlo. Después de todo ¿quién quiere ser esclavo de su felicidad?
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