martes, 3 de septiembre de 2013

Acecho a Damasco

“El alma es el rey de la ciudad del hombre.
El intelecto su primer ministro.
El honor y la paciencia sus embajadores.
El amor y el perdón sus generales.”
(Ibn Arabí, Divino Gobierno)

“Cualquier idioma sirve. Cualquier amor.”
(Antonio Gala)



La palabra está reñida con el secreto, así como la erudición con la vivencia. La experiencia intelectual nunca puede ser sustituta del saboreo directo de los misterios. Desde la premisa de la Unidad del Ser resulta pues necesario prevenir sobre el abuso de las prácticas rituales y la estrechez en la interpretación de los distintos textos sagrados que desoyen y desprecian el sentido último tras la letra. Allí donde nuestra tecla impregna la red global y nuestros dones no son sino herramientas para que el conocimiento de la divinidad alcance sin distinción todos los corazones en esta incierta época tecnocrática, para que cualquiera pueda, incluso hoy, amar al Eterno en el otro, a través de una vida errante y desprendida que se consagra a la amada, socorriendo a viudas, desfaciendo entuertos.




Nada comunica tanto como el amor, no hay ley ni tiranía superior a ésta. No cabe coacción alguna en religión. Ante el incrédulo o el escéptico, sólo el Eterno responde. No resulta admisible ninguna otra voz. Prepotente guardián, do quiera que vuelvas la mirada no hallarás otro rostro más integrador que Su Rostro. Reconoce pues, de una vez por todas, la proximidad a tu Maestro y entrega tu vida a la causa suprema, toda vez que liberado, y sólo entonces, seas verdadero dueño de ella. Damasco, ahora que los herejes, aquellos que en el odio equivocaron el camino, acechan tus sagradas puertas, ¿está quizá preparado tu corazón para asimilar en intimidad la poesía de ese bocado de luz pura? Do quiera te lleven, nunca abandones sus cabalgaduras.



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