domingo, 22 de septiembre de 2013

El grito de Isfendiar

“Tus garras no pueden hacerme mal alguno,
Ghuleh, aunque amontonases montañas de hierro.
Vuelve a tu forma real y te hablaré con mi espada.”
(Firdusi, Sha Na Meh)

 




 
 
Muerto ya sobre su trono y apoyado aún sobre su cayado, los genios a los que esclavizó la magia de Salomón y que no fueron encerrados en vasijas lacradas con su sello, aunque presumían de conocer lo oculto, siguieron trabajando dóciles y atemorizados. Sólo cuando la carcoma deshizo el cetro real, fueron conscientes del macabro engaño.

La nobleza diabólica de estos príncipes, duques y reyes encadenados por el lazo invisible de su soberbia era, pues, de pacotilla. Qué fácilmente supo ver el Sabio que tras la aparente genialidad se escondía una debilidad cuyo potencial supo aprovechar en la construcción del reino. La fuerza del conjuro no era sino la de, ars goetia, conocer el nombre-lazo.

No importa la camaleónica forma que adopten, si tu oración no extravía su atención e intención. No te distraigas. Velar… velar lo es todo.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario