“O jugamos todos
o se rompe la baraja.”
(Tradicional popular)
“Hace bien.”
(Muletilla de herborista)
No todos tienen el coraje, la
fuerza o la sencillez de admitir haber sufrido, en alguna ocasión, la tentación
de levantar el velo gris que separa nuestro instante del incierto venidero,
conocer el pálpito futuro y traducir así su intención, iluminándola aquí y
ahora, en el presente, viendo a través de la misma mirada divina, aquella
únicamente capacitada para predecir el acontecer, con la misma precisión que la
que el asesino, oráculo perverso, conoce la última hora de quien termina siendo
su efectiva víctima, al actuar como letal e infalible genio de su destino.
Cualquiera puede otorgar lengua a una vela, mas pocos saben descifrar su locuaz
llama, capaz de disolver paredes y fronteras, de iluminar ojos y dientes.
Arrancar sus secretos al futuro
puede tener un alto precio adivinatorio, insospechado para quien se aventura sin el debido arte, por más
provisto de “cauris” que marche o, incluso, si ha tenido la fortuna de tropezar
con un nido de migalas. La ordalía siempre compromete a los antepasados, vivos
o difuntos, como saben bien los discípulos de Heilliger y los que prosperan y viven
del atemorizador negocio de la toga. La sentencia adivinatoria despierta
curiosidad y suscita el interés no sólo de aquellos a quienes verdaderamente “interesa”.
Algunos famélicos gallos y gruñientes lechones continúan aún vivos al no haber
engordado lo suficiente. ¿Quién reparte?
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