“Quien
sacia su sed de conocimiento de la Fuente divina,
no
se deja arrastrar por prejuicios ni dogmas.
Muy
al contrario, les hace frente con su vida.”
(Ibn
Habib, Del Paraíso)
“Quien
revela su intención la arriesga.”
(Azarquiel,
Almanaque de Ammonio)
Lo
cosmológico y lo alquímico se hayan indisolublemente ligados, toda vez que se
toma conciencia experiencial del vínculo planetario-metalúrgico. Así, el
invernal Gabriel, celestial cicerone, muestra sala a sala, los distintos
terrazos planetarios en los que han sido aposentados los profetas de todos los
tiempos: hierro lunar, para Jesús ben Myriam; bronce para José ben Jacob; plata
para Enoc y Elías; oro para Aarón; nácar para Moisés; esmeralda para Abraham y rubí para Adam.
El
galáctico derroche lapidario, más allá del umbral saturnal, lo disfrutan los
querubes: suelo de topacio, cortinas de xamed rojo y xamed verde, estancias
tapizadas de perlas, rubíes y esmeraldas. Más allá, aún aguardan setenta
sucesiones de setenta cielos de agua, nieve, granizo, nubes, tinieblas, fuego,
claridad, gloria e iridiscencias… como nadie pueda imaginar. Es a partir de la
octava esfera querubínica, donde transcurre el problema de la trepidación o
precesión equinoccial que se experimenta cuando se asciende por la “secreta
escala” sin ir provistos de la adecuada espagiria lapidaria.
La
cibernética inquisitorial aún anda al acecho de aquellos osados entrometidos,
que desoyen las cautelas y arriban en las ciudadelas de la “deep web”, esgrimiendo
las llaves de ciencias antiguas y traspasan las codiciadas puertas interdimensionales
sin contar con la autorización del oscuro arquitecto imperial. Es necesario
inocular más y más miedo, más y mas terror, para que así se mantenga la agenda y cunda el ejemplo. Queda poco tiempo.
Escrutar
las ligeras variaciones en la circunvolución de la peonza con sus intensos ojos azules y ver temblar,
sobrecogido, al mismo Polo. Adornarse el
alma, pluma a pluma, para trascender la mezquindad terrena y sobrepasar las desmerecidas
esferas. No hay mejor manera de consagrarse a Hermes, honrar a Yabir, acrecentar
las mercedes y burlar al carcelario y cegador calendario oficial, allá donde la
piedra, desde su íntimo astrolabio, está llamada a alturas más celestes. Aún
estás a tiempo.
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