“No
mintáis ni hagáis lo que aborrecéis...”
(Dídimo
Judas Tomás, 5)
Cuando
un grupo humano, sociedad o civilización planetaria subsiste asentada sobre un
compendio institucionalizado de mentiras, mantenido a la fuerza por un complejo
sistema de adoctrinación y dominación industrial-militar, lo más temible para todos
aquellos quienes se encuentran a la cabeza de dichos sistemas es la verdad. Una
verdad que no puede ser patentada ni oficializada, pero tampoco escondida eternamente
ni mucho menos destruida. Todo aquello construido sobre la mentira, por más que
ostente el marchamo de ciencia (sin serlo) amenaza ser truncado y “puesto en
evidencia”, tarde o temprano, por la verdad.
La historia “oficial” del devenir humano no tiene reparos en reconocer los denodados esfuerzos de aquellos pasados grupos humanos, sociedades o civilizaciones planetarias asentadas sobre un compendio institucionalizado de mentiras por corromper y diluir la verdad, pues, de cuando en cuando, esta tiene la impertinente tozudez de aflorar una y otra vez, allende la ruina dolorosa de los imperios y tantas vidas segadas en nombre de la “mentira oficial” y sus “canónicos textos”.
Tozuda es la verdad, que, siempre (desde el origen de los tiempos) tradicional, se abre camino y preferencia genes sobre memes, descubriendo en los primeros un potencial espiritual capaz de trocar personas corrientes, del montón, por el cultivo del alma, en ángeles y “angelesas”, contrarrestando el hipnótico virus de la “normalidad”. Más, ¿cómo cultivar aquello que, siempre desde la “ciencia oficial”, resulta una perversa entelequia? ¿Quién miente? Dejemos que, como siempre, decida la verdad. ¿Algún candidato a ángel o “angelesa” a la vista, para refutar el dogma?
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