“Al ver rebosar sus lágrimas como
perlas,
las oculta enseguida por miedo al
delator.”
(Casida de Al-Yawhar)
Este mes lunar estaba consagrado
por los pueblos que se organizaron bajo la tradición celta al astro solar, bajo
la advocación ibera de Lugus (cuervo), "aquel que ve más allá de las puertas del
tiempo", próximo al Ianus etrusco, para regresar así al pasado y/o adelantarse al
futuro. La necesaria hierogamia entre el sol y la tierra sacralizaba así el
lecho de encuentro: el ara solis, convocando, al comienzo del -luego usurpado como- mes
del emperador Augusto, a la asamblea congregada en torno al Concejo.
Para garantizar la productividad que
requiere el imperio en tiempos de paz (oro, bórax, minie), aquellos que
residían en el abrigo de los montes agrestes, fueron obligados a habitar en la
planicie asolada y sometidos a transitar las pavimentadas calles de la urbe romana,
desprovistos así del contacto directo con la tierra, jefes leales y domesticados
bajo sagrado juramento.
Gobernados por el invisible yugo
del sacramento al que juraron obediencia y lealtad, bajo la atenta presencia de
los dioses por testigos, al Máximo Pontífice de Roma. El culto al laureado
astro solar (Sun Laurentius), señor del camino y el umbral, únicamente fue
tolerado a través de su dominador intermediario.
Suele el imperio usurpar la
simbología ancestral para asegurarse así la cúspide en la jerarquía sagrada,
garantizada dicha suplantación por el celo y la estrecha vigilancia de los Collegia
Fabrorum, aún vigentes en nuestros modernos días, así en la Tierra como en los
Cielos.
Cabe a la inteligencia militar,
allende los siglos, la pertinente sumisión de las masas a través de la propagandística
manipulación de los símbolos. Las ciudades son parrillas meticulosamente
programadas para el sacrificio cotidiano de los súbditos y contento de los
dioses, mediante lazos tan invisibles como inexpugnables. En Gallecia, se sigue aún celebrando el 25 de Julio (una semana previa al Lughnasad) pero ya se ha olvidado
el porqué.
Triunfó Augusto, sepultando bajo
los adoquines la memoria. Debajo aguarda Gaia, anhelando encontrarse y fundirse
con Lugus, su luminoso amante. Lo que antaño
fue un lecho donde se amaban los dioses, hoy es el grillete con el que las
instituciones del imperio encadenan a los súbditos, profanando con total impunidad
el santísimo sacramento de Lugh. Quizá por eso aún lloran la Perseidas.
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