viernes, 14 de junio de 2013

Voraces dominaciones

"Limitado es tu poder, ya que,
aunque puedes hacer lo que quieres,
no puedes no querer lo que quieres."
(Arthur Shopenhauer)




Cercados. Sin salida. Agotados a volver sobre el mismo punto de partida, sin el menor progreso. Detenidos. ¿Qué ganamos, entonces, al ampliar siquiera un tanto la consciencia? Trascender nuestra limitada y rancia visión del aquí y ahora, recuperar la visión fresca del presente. Estar ahí. Darse cuenta de lo idiota que somos e inmediatamente comenzar a reír. Salir de la propia trampa del ensimismamiento.


Independientemente de la etiqueta con la que tratemos de cercar lo eterno, allí donde lo secular ha tratado de confundir la devoción con la superchería, es necesario reformular (o rescatar) el símbolo misterioso frente a las discursivas palabras que pretenden agotarlo. Es posible aún mostrar devoción por un amor transhumano que, pese a los ingentes esfuerzos de teólogos y escépticos, no ha muerto, ni puede morir porque en sí mismo conlleva la potencia transformadora de la vida.


Allí donde intuimos nuestro potencial humano, el perfeccionamiento de uno mismo, el interés por perfeccionar la propia alma, es quizá la más bella forma de devoción que cabe imaginar y realizar. La semilla despliega todo su potencial paso a paso, a tientas, pero intuyendo de alguna forma su estado pleno. Revolución silenciosa que sucede en nuestra conciencia, morir y renacer, sin apenas darnos cuenta. Transformación que, gracias a Dios y quizá a nuestro pesar, ocurre sola. Toda vez que llegamos a ser lo que somos, somos entonces el mismo camino, la verdad y la vida.



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