“Atardece.”
(Lucas 24,29)
No hay amor en la posesión. Si en
la soledad, en el silencio, en el abandono, en la reclusión, en la cercanía de
la última hora del día, en los últimos instantes de una vida, allí donde
huérfanos del espíritu y prestos a sumirnos en el frío de la tiniebla, dócilmente
todo se abandona. Momento mágico que, nada más atraparlo, en juguetona
dialéctica desaparece, haciendo temblar al héroe.
Cielo raso en el atardecer del
páramo infinito que nos invita a trascender el interno bullicio cotidiano, en un tenue esfuerzo
de centramiento que no es sino oración. Lo demás, obrar como los demás cuando
parece necesario, hacer cuanto y cuando los otros no se atreven, comprometerse, escribir… soberbia.
“¿No ardía nuestro corazón, como resolana debajo la piel?”
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