“Ata con
cuidado a esta blanca ternera
junto a un
olivo de Nemea.”
(Hera a Argos Panóptes)
Los celos de
Hera por Io/Isis, convertida en blanca ternera, no terminaron ni aún con la
decapitación de Argos, su vigilante
infinito, de la mano de un Hermes,
seductor tan hábil como mortífero, encomendado por Zeus.
Argos perdió así
la cabeza, más no su céntuple mirada, que quedó ya para siempre inmortalizada
en la cola del pavo real. Épafo/Apis,
fundador de la estirpe egipcia, hijo Zeus
e Io/Isis, empero, no pudo ser salvado a
tiempo de la voracidad de los malogrados Titanes, antes de ser puestos a buen recaudo por su fogoso padre.
Pasiones tan
intensas como las de Zeus, siempre
van aparejadas de unos celos tan furiosos como los de Hera. Amor y odio, siempre de la mano.
Argos
Panoptes fracasó así en su último trabajo de vigilancia
perseverante y ello le costó una vida de total y fiel entrega a su diosa, de
lealtad y esfuerzos que, al fin y al cabo, resultaron necesarios para su
sagrada transmutación en ave. La fuerza de su atención, quedó trocada en fuente
de belleza. Es lo que siempre tienen las causas: efectos. Tal es la inexorable ley de la magia.
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