“Algunos no llaman vida sino
al disfrutar engañoso de cuanto acaba.”
(Qurân 3, 185)
A juzgar por las tozudas y arenosas
apariencias, nadie diría que en pleno desierto interminable cabe posibilidad alguna
de oasis. Los menos escépticos, aún otorgan alguna probabilidad a su espejismo.
Sólo quién atravesó esta infinita tierra sin caminos y calmó su sed bebiendo de
él, verdaderamente puede decir que sabe y lo conoce. Para el resto, sólo cabe caminar
a duras penas entre la sequía y el letargo, año tras año. El peso de la carga,
la soledad y el desánimo, así como las desavenencias que nos importunan, la sed
y el calor, se acrecientan con los días.
La noche que nos devuelve intenso
el cansancio, al mismo tiempo, nos abriga y reconforta. Su cielo estrellado,
preludio infinito del sueño, nos recuerda nuestra obligada condición viajera,
toda vez que se reanude un nuevo y agotador día, soñando imposibles oasis,
cuando estemos por fin despiertos. Interminable desierto, inacabable caravana
de sueños. En una árida tierra sin caminos, prosigue –viajero- tu espejismo de
vida, un viaje sin nadie, sin rumbo, ya sin tiempo y hacia ninguna parte.
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