“En su secreto circunvalan los refinados de
espíritu,
imparables
hacia el amor caminan sus corazones.”
(Ibn
Arabí, Tannazzulat al-mawiliyya)
“No
te asustes cuando te asalte la hostil indiferencia
por
calles y avenidas, por cárceles y trampas, por tumbas infinitas.
No
temas la vorágine, ni huyas del torbellino, ni cedas al rigor.
Regresa
siempre al dulce pálpito del silencio.”
(Omar
Khayyam, Rabaiyyat)
Sólo
quién verdaderamente ama la belleza eterna, la oculta tras la belleza efímera
de las cosas. La belleza que se oculta en la sabiduría, en la destreza, en la
soltura, en la vivacidad, en la finura de rasgos, en la gracia de los
movimientos, en la ligereza de gestos, en la generosidad y en la valentía, para
que el alma noble así las descubra y reconozca. Poderosa es la fuerza del
recuerdo.
No
somos capaces de ver fuera sino la belleza que guardamos dentro del alma, la
que en su espejo verdaderamente se conmueve y rinde porque se atesora. Que llega
la belleza al alma antes que a los sentidos. Que bien reconoce a su imagen la
humilde semejanza, y se muestra agradecido lo que se sabe posible gracias a lo
necesario. Bien poderosa es la fuerza del recuerdo.
La
celosía del alma sabe más de la luz que oculta que de la que la traspasa. Amor
que fluye entre el temblor de dos espejos, dejando grácil la huella de su
hermosura. Verbo, palabra que fluye hecha acción. ¡Cuán poderosa es la fuerza
del recuerdo!
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