“Nuestro ser más íntimo aspira elevarse a lo universal,
obtener la gracia espiritual de la iluminación interior,
actuar así bajo su encantamiento.”
(Rene Guenon, Apreciaciones sobre la iniciación )
“...perch’io la veggio nel verace speglio
che fa di sé pareglio all’altre cose,
e nulla face lui di sé pareglio.”
che fa di sé pareglio all’altre cose,
e nulla face lui di sé pareglio.”
(Durante,
Paraíso XXVI, 106)
El ser humano contemporáneo rehúsa quedarse a solas, ya que tiene la
incómoda certeza de que en ese estado de total aislamiento, está de todas las
formas posibles ¡menos sólo!. Busca así, de manera compulsiva, lograr huir de la sobrecogedora
presencia que presiente en soledad, buscando en vano refugio en el mundo
efímero y evanescente de las apariencias, distraído, entretenido, disperso,
extraviado, en olvido. Dando la espalda –como si fuera siquiera posible- a lo
Eterno. Tememos el retiro que propicia el necesario encuentro más que a la
muerte. Nada nos aterra más que la certeza de sabernos -a solas y oscuras-
luminoso y concurrido espejo.
Un
acceso –quizá accidental- al ámbito supra-racional de las ideas no-cautivas
genera ya una huella indeleble de anhelo espiritual que ya nunca –por más que
se intente- seremos capaces de olvidar. Quién saborea así tal grado de libertad
está irremediablemente perdido, aprisionado en el psiquismo convencional.
Descubre en la razón la más ensoberbecida forma de la locura. Su conciencia
ordinaria se ha convulsionado, como la tierra por el rayo, por el irrefrenable
estertor de quien acaricia siquiera la arquetípica piel del símbolo.
Nada
vuelve a ser lo que era. O, mejor aún, todo comienza a cobrar su ser por
primera vez, en la medida en que por vez primera se imagina sin impurezas ni
herrumbre. El corazón envenado por las aguas del Leteo, deja dócil actuar el
antídoto que le devuelve la mirada y, con ella, el recuerdo. ¿Qué importa que –debidamente
pulido- permanezca escondido el espejo? El reflejo limpio devuelve fiel –ego,
corazón y espíritu- cada cosa a su sitio. La luz a su origen. No se queda con
nada. Quién ve lo reflejado, permanece ajeno al espejo.
Y Dios
es el espejo en el que nos sabemos espejos. Encuentro.
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