“Cuando
la rectitud del tronco reverdece,
regresa
a la corteza la esperanza del cielo.”
(Ibn
al-Jatib, Jardín del Conocimiento)
La
creencia materialista post cartesiana que excluye lo psíquico del universo,
abducida por un dualismo paralizante que la incapacita para el abordaje de cualquier
clase de enseñanza tradicional, rehúsa adentrarse en la geografía sutil del
universo, la cuál, pese a su eminente carácter intermediario, o quizá por ello,
está mucho más poblada de lo que a algunos les gustaría pensar. Igual que
ocurre con cualquiera de los destinos exóticos, a lo espiritual sólo se llega desde
el andén preciso.
Si
al denso barro lo trocó humano el Aliento, al fuego lo trocó genial, otorgando
así conciencia y responsabilidad a sus posibilidades multiformes, soberanas en
el ámbito sutil. Al igual que en nuestra dimensión, no todos los genios
recuerdan su naturaleza, origen y destino. Escindidos de lo real, también como
nosotros, son incapaces de llegar a inteligir la virtud innata que mora en su interior. Como
nosotros, viven afectos al permanente conflicto, exiliados en el extravío.
Todos tenemos un genio al que, desde mundos diferentes, estamos atados. La clave
está en tener la sabiduría y fuerzas que se requieren para domeñarlo, y que de
este modo, sólo nos susurre el bien.
Ni
en lo benéfico, ni mucho menos en lo maléfico, humanos, ángeles y demonios somos,
pues, tan diferentes. Ni tan dóciles. Ni tan innecesarios, ya que ninguno
fabrica su destino. Vacío soberbio que inútil se resiste a ser llenado por la
realidad, que pasa ante él y en él: Ánima Mundi que, como una suerte de campo
escalar, rodea a seres y mundos. Todo lo imagina, todo lo impregna. ¡Viajeros
al tren!
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