martes, 11 de septiembre de 2012

Pero qué genio.



“Cuando la rectitud del tronco reverdece,
regresa a la corteza la esperanza del cielo.”
(Ibn al-Jatib, Jardín del Conocimiento)
 
 
 

 

La creencia materialista post cartesiana que excluye lo psíquico del universo, abducida por un dualismo paralizante que la incapacita para el abordaje de cualquier clase de enseñanza tradicional, rehúsa adentrarse en la geografía sutil del universo, la cuál, pese a su eminente carácter intermediario, o quizá por ello, está mucho más poblada de lo que a algunos les gustaría pensar. Igual que ocurre con cualquiera de los destinos exóticos, a lo espiritual sólo se llega desde el andén preciso.

 

Si al denso barro lo trocó humano el Aliento, al fuego lo trocó genial, otorgando así conciencia y responsabilidad a sus posibilidades multiformes, soberanas en el ámbito sutil. Al igual que en nuestra dimensión, no todos los genios recuerdan su naturaleza, origen y destino. Escindidos de lo real, también como nosotros, son incapaces de llegar a inteligir la  virtud innata que mora en su interior. Como nosotros, viven afectos al permanente conflicto, exiliados en el extravío. Todos tenemos un genio al que, desde mundos diferentes, estamos atados. La clave está en tener la sabiduría y fuerzas que se requieren para domeñarlo, y que de este modo, sólo nos susurre el bien.

 

Ni en lo benéfico, ni mucho menos en lo maléfico, humanos, ángeles y demonios somos, pues, tan diferentes. Ni tan dóciles. Ni tan innecesarios, ya que ninguno fabrica su destino. Vacío soberbio que inútil se resiste a ser llenado por la realidad, que pasa ante él y en él: Ánima Mundi que, como una suerte de campo escalar, rodea a seres y mundos. Todo lo imagina, todo lo impregna. ¡Viajeros al tren!
 

 
 
 

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