“Pese a lo que muchos creen,
es la conciencia escalar “quién” crea la materia
y la reduce a cuántos, y no a la inversa.”
(Amit Goswami)
“Por sí misma, la liberación espiritual
es completamente insuficiente.”
(Jonathan Talat Phillips)
Los seres humanos actuales, degradados como están en la confianza
tecnológica, se encuentran atrapados entre la perversa herencia de un pasado
manipulado y la clara incertidumbre de un futuro que no lo espera ser menos. De
alguna forma, que algunos entienden lógica, ha abandonado las mieles de su
frugal libertad por una absurda y ensoberbecida dependencia tecnológica que se
auto refuerza: ha caído en una sutil y poderosa trampa, sólo que él la llama “su evolución”. A su manera, progresa de modo
adecuado. Se siente orgulloso de haber elegido “no elegir” y abandonarse dócil
al signo inequívoco de los tiempos.
Este “estado de cosas” es patrocinado y enaltecido por una brutal cohorte
de agentes políticos e ideológicos encargados de un cometido neo-sacerdotal:
reforzar la inercia institucional e industrial de degeneración del factor
humano hacia su total extinción. Las artificiales leyes de la selección “natural”
dirán si la conciencia, base radical de la libertad humana, merecía ese destino
o no. La elección que le cabe a cada “proyecto genómico de ser post-humano”
será la de mantener "activo" el engrama de genes -aún- responsable de promover un
cierto grado de conciencia sobre lo que sucede o, cómo no, abandonarse a una
pronta (y cómoda, por tecnológica) extinción.
En una suerte de absoluta y neutral justicia, todos y cada uno de
nosotros y nosotras tendrá “su merecido”, que es la expresión que el ignorante
pseudo-hombre moderno utiliza para referirse al hado, esto es, a su suerte.
Bien mirado, no parece, después de todo, que estemos tan “abandonados”. Aquellos
que se dobleguen a la ficción del ethos, caerán presas de su prestigio. Aquellos
que prefieran la urdida armazón del logos, serán víctimas de su pragmatismo.
Los más idiotas serán aquellos seducidos por la sensiblería incólume del pathos,
enamorados del “chulo” tecnológico, cautivos de las fauces de Sobek. Así están las cosas. Y es que la ceguera de
Maat no precisa ver, para no “verse” obligada al amaño de mentir. Dichoso
destino el de las diosas y dioses, tan distraídos en repartirse “el botín” con
sus ficticios dilemas lógicos y entretenidos en el insulso fragor de sus teocráticas
y aburridas guerras... entre la madre “espacio” y el padre “tiempo”.
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