“Curiosa escalera esta,
en la que nadie sube peldaño
hasta que sitúa (ayuda ascender) a alguien
al mismo del que se partió.”
(Nasruddin)
Desde Juan el Sirio, célebre anacoreta al que interminables
consultas de sus seguidores y discípulos no le consintieron vivir en plenitud su
vocación de soledad, no resulta nada infrecuente identificar todo el itinerario
espiritual por el que atraviesa un ser humano con una escalera, término que en
griego se escribe curiosamente klimax. Quizá no existe una oposición más
exigente e involuntaria que la que tiene por tribunal al Eterno, ni peor
retribuida que la de la eternidad. No es de extrañar la exigua afluencia de
candidatos y aspirantes a tan ingrata plaza: la de ser humano.
Ser humano parece un asunto fácil, y hasta automático.
Nada más alejado de la cruda realidad. La gran mayoría de los aspirante a
serlo, mueren –morimos- en el intento, somos tan sólo una posibilidad
malograda: algo que pudo haber sido, y no fue. Aquello que prefirió la cómoda
certeza de la iniquidad frente a la ardua promesa de nobleza que -la verdadera,
la que en modo alguno se otorga por un mero nacimiento en el sitio adecuado- aún se ha de conquistar.
Parece como si lo humano, lejos de ser cromosómico,
fuera así meramente epigenético, esto es, opcional. Y cada vez son menos los que,
conformes con su mediocre situación, optan a completarse en lo humano y asumen
la necesidad de ausentarse de lo creado en la contemplación de la Verdad de su
origen y regresar así a lo fenoménico desde la perspectiva que se adquiere en
el Principio mismo. Consideran así que no merece la pena el esfuerzo ni el
trabajo personal para recoger al final del camino la quimera de tan incierto
fruto. Bendita nos parece, por cómoda, la ausencia de altura, el horizonte
asegurado que garantizan las mieles de la abyecta innobleza, amargas pero
asequibles, en el anhelo de lo superfluo.
Ignorantes vocacionales como somos, preferimos,
a ojos cerrados, el inmediato pan de la vergüenza a tener que esperar los dones
que se obtienen del esfuerzo de labrar nuestra generosa tierra. Animados a
conformarse con ser animales, incapaces de elevarse siquiera un paso, no vaya a
ser que en ese fatídico gesto el Eterno descienda corriendo a nuestro encuentro
y se nos complique la cosa.
Deja, deja. Mejor quedarse así, como estamos, de maestros consumados. Que nosotros ya "cumplimos". Quien venga detrás, que arreé...
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