“Sorprende
la hospitalidad oriental.
No
hay aldea cuyas casas no dispongan de habitación del huésped,
en
donde todo peregrino encuentra su abrigo gratuito,
sin
decir quién es o cuáles son sus opiniones.”
(Vicente
Blasco Ibáñez, Oriente, 1907)
“El
paraíso está a la sombra de las espadas.”
(Hadiz
islámico)
La
memoria sucumbe a la pereza intelectual. Allí donde uno cree haber llegado a
algún sitio, ni siquiera ha comenzado a empezar. No ha habido “inicio” alguno.
Por más pasos que se hayan dado, ninguno de ellos ha conseguido traspasar el
umbral. Creyendo que avanzamos, damos vueltas y vueltas sobre el mismo punto,
sin llegar a ningún lugar, inmovilizados en un interminable espejismo de
progreso.
La
palabra elocuente, abre el entendimiento, zarandea el alma, corta sus ataduras
como una espada y la libera. Heredera del relámpago, hiende las tinieblas. Discrimina
entre la verdad y la mentira, cercenando así la existencia atrapada en lo
ilusorio.
Adentrarse en lo nuevo comporta desterrar viejos
hábitos, cuestionar normas rígidas, retar y desafiar por propia iniciativa las
mordazas, el sometimiento y atadura a falsos ídolos, por bellos que aparenten
ser: la virtud siempre elige el camino interior de la verdad y a él siempre permanece
fiel. En la fidelidad a la verdad reside la verdadera liberación, aquella capaz
de desvanecer el perpetuo velo del autoengaño. De ahí su peligro. Ninguna otra
luz, ningún otro cielo como el de septiembre: Balanza que libra, eje axial que aúna
así a la comunidad en torno a la verdadera
justicia y la devuelve a casa.
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