“Entremos,
pues, en materia.”
(Andrónico
de Rodas, notas a las ponencias magistrales del Liceo)
“No le
importa demasiado el cómo
a quien
posee el tesoro del por qué.”
(Friedrich
Nietzsche)
Somos
el mundo, solo que desde otra perspectiva. Lo que parece haber ahí fuera no es
sino otro de los múltiples y variopintos rostros que adopta nuestra mirada. Lo
real es pues el “ángulo” adoptado por quién, en un preciso aquí y ahora, se
siente preparado para ser observador “sin ser visto”. Lo que se esconde tras la
experiencia de medida y observación que es de todo, menos imparcial o aséptica
mirada. Es creación.
En todo
acto creador –mirada- se precisa siempre el concurso de cuatro causas, aunque.
de un tiempo a esta parte, andemos demasiado obsesionados por la menor de ellas, la causa
material, menospreciando así el valor de la atención (causa formal), de la intención
(causa final) y de la voluntad sostenida con esfuerzo (causa eficiente). La
civilización occidental a elegido ser miserable en estas tres últimas, con tal
de asegurarse así la primera. De ahí que ha hecho de su colapso destino, perseverancia ausente de vigilia.
Nuestro
mundo actual, deslumbrado así por la inercia tecnológica, desconoce aún que ya está
muerto y bien muerto. Occidente, máquina errante, Santa Compaña de estados en minúscula, ya sin
rumbo que, aún no lo sabe, murió el mismo día en que perdió su por qué. Es lo
que tienen los procesos que, aún ensoberbecidos y mal que les pese, son
incapaces de prescindir de sus causas. Terminan así convertidos en zombis que, ya sin
intestino ni estómago, acaban en TOC devorándose los unos a los otros. Un indigerible sinsentido ¡Qué falta de
proto-kolon!
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