jueves, 31 de mayo de 2012

Star System

“No hay nada más peligroso y destructivo,
para el poder dominante,
que la verdad.”
(Leo Strauss, Sobre la Tiranía)



Cuando pusieron precio a la cabeza de Al-Farabí, este logró burlar la vigilancia de las puertas de la ciudad, reconociendo su identidad fingiendo estar borracho. Los guardias no pudieron creer que un sabio tan virtuoso pudiera emborracharse, y le dejaron pasar. Esta anécdota ilustra el hecho de cómo el decir la verdad como mentira, puede salvarte la  vida. ¿Qué se puede esperar de alguien capaz de hacer reír, provocar la tristeza e incluso dormir a su audiencia con el espacial “talento” de su música.



El próximo junio, Dios mediante, pasará por nuestras retinas las impactantes imágenes de un feto de elefante disfrazado de astronauta, entremezcladas con arqueología ficción. Ridley Scott se ha superado así mismo como agente de contrainformación al servicio de la distracción y el entretenimiento, con el fin de apartar nuestra mente de los asuntos esenciales. A lo mejor, como hiciera Al-Farabí, tan sólo trataba de salvar su vida y, como bien sabemos todos, el fin de la propia supervivencia, justifica cualquier medio. Si Prometeo levantara la cabeza, pondría su hígado a disposición del Supremo Águila de Zeus. No se la pierdan. Todo un ejercicio de brutal y rancio adoctrinamiento, aleccionamiento y amaestramiento, aderezado con efectos especiales diseñados por ordenador, en forma de costosísima cortina de humo que, sin duda, quienes aguardan agazapados tras las bambalinas sabrán bien como amortizar. La realidad virtual hecha fotograma 3D supera (tapa) una vez más, la incómoda realidad real.



Con la excusa del “crimen noble”, la mente política tras este nuevo señuelo sabrá como justificar debidamente la violenta irrupción en cualquiera de los muchos países árabes geoestratégicos e imponer, casus belli, su mesianismo y férrea voluntad imperial.  ¿Qué más dan unos miles de muertos más, dentro y fuera de las propias filas? Lo importante es garantizar, con o sin la ayuda de los David8, el conflicto permanente que pergeñara George Orwell y se encargó de hacerlo convenientemente imperceptible, mostrándolo descarnadamente como ficción décadas más tarde, la industria cultural del cine: esa hábil fábrica (destructora) de sueños, capaz de ocultar y tergiversar las peores y más reales pesadillas. Poco a poco, pasito a pasito. Como se deben hacer las cosas importantes, las que tienen "interés".



Los restos malolientes de Polinices

"Señores, de nuevo los dioses
han restablecido el orden en la ciudad,
en su justo punto y con firmeza,
tras haberla sacudido con ingente embate."
(Sófocles, Antígona)

"Ninguna sociedad puede legitimar un poder
que abusa de la máscara democrática
para garantizar la libertad salvaje y el lucro ilícito
en la sombra de unos pocos"
(Tio Gilito, Memorias de un neoliberal)





¡Sálvese quien pueda! Ahora que hasta la honorabilidad de los jueces -y su ensoberbecida impunidad- es puesta en tela de juicio, parece conveniente recordarle al Emperador la fragilidad de su efímero trono y la inconveniencia de recurrir para sutil alimento de su mejor pompa a trapaceros sastres. La prudencia invita a seleccionar muy cuidadosamente la compañía en la que se ejecutan actos que deben permanecer protegidos por la discreción, esto es, secretos.

Sociedad paranoide, pulverizada y escindida -más allá de sus átomos más elementales- contra sí misma hasta la saciedad, brutalmente condenada a ser descreída y al espejismo de sentirse libre, que ya no confía nisiquiera en los aduladores que fingen confiar en ella... ¡y grátis!

Egocéntricos e individualistas hasta la médula. Por mucho que nos aflija el tener que reconocerlo, alguién ganó esa batalla. Ahora toca tratar de reunir las escasas fuerzas, restañar las heridas de la insolidaridad, y sumarnos a otros que estén dispuestos a luchar y reclamar, a salvo del par Estado-Capital que nos pastorea, la plaza del bien común, sentido último de la soberanía del pueblo, asunto demasiado importante como para delegarlo a profesionales de la política y otros menos interesados mercenarios.



Por más que traten, una vez más, de contrarrestar la insumisión con la catarsis, ningún acto, por pequeño que sea, será inutil, ni siquiera el del enterrar a los muertos. De tan vistas y recurrentes, las maniobras teatrales del poder ya no distraen ni entretienen a casi nadie, son completamente ineficaces para mitigar el hambre. Es lo malo que tiene abusar de ases en una partida con mafiosos, que puedes llegar a la morgue, pero a trozos: "Hacienda somos todos, pero yo administro los cuartos públicos como me sale..."

Siempre hay algún listo que confunde sus expectativas, deseos y pretensiones de poder, con su derecho a gobernar y respaldar la "libertad" de unos pocos: "No te cortes, tú déjame mandar (administrar) a mí y sepulta siempre que quieras a tus seres queridos... faltaría más. Por cierto, recibe mis oficiales condolencias y mi más sentido pésame. La vida sigue."

Dejad que los muertos entierren a los muertos. Lo dicho, toda vez que la pasta está puesta a buen recaudo y lejos del fisco, sálvese quién quiera, tenga posibles o simplemente pueda. Hasta que los dioses reestablezcan el Orden con ingente embate... ¡Qué bueno es contar con la amistad y el beneplácito de los Creontes! La recompensa de servir en la cocina del pudiente. Estar allí donde hay más y mejores "bollos".

Cuántico y elemental, mi querido Sófocles. Simple física de partículas.


  

Disidencia programada

“Son innumerables las sociedades animales
que progresan a través de la cooperación y la solidaridad.
Muy por el contrario, la competición feroz, el individualismo
y el egoismo descarnado son pruebas inequívocas
 de nuestra progresiva e irrevocable deshumanización.”
(Piotr Kropotkin, Ayuda mutua, 1902) 

“Tranquilos… ya os curará el espanto.”
(Shadow power, Market Logic, 2012)





Usurpada la viña, hace tiempo que los maestros de la estafa descubrieron que en la actual “chorizocracia” no existe herramienta más util y poderosa que el miedo para salvaguardar a un tiempo su impunidad y, lo más importante, el constante botín de racimos que aquella otorga a cada vendimia.
Los brutales recortes con que nos amenazaron si “no nos portábamos bien”, esto es, con docilidad a los insaciables mercados y a los lucrantes mercachifles parapetados tras ellos, ya han llegado, precisamente “por habernos portado bien”. Lacerado un bienestar que no era gratuito, sino condicionado a la rentable obediencia, ha llegado la hora de sentir en carne propia quién manda, como dejaba explícito William Shakespeare en el “Mercader de Venecia”, al reclamar el “justo” pago de su deuda.
Inoculado el chantaje del miedo, eficazmente amedrentada la ciudadanía, el triunfo de la sumisión ha sido –y está siendo- aplastante, una bota invisible que pesa infinita sobre nuestras conciencias: “Bendita sea la mano que, generosa, nos da de comer.”


Inexcusablemente tenemos que ser capaces de encontrar el modo de generar, aquí y ahora, espacios de autonomía real, en los que imperen nuestras propias reglas o, de lo contrario, aceptar a pies juntillas todas las imposiciones de la tiranía. Una vez más, tendremos lo que nos merezcamos, únicamente lo que conquistemos con “nuestras manos”. Ni una pizca más.
Buenos tiempos para examinar verdaderamente qué tienes en tu corazón, para medir tu grado de resistencia a ingerir “ruedas de molino”, a pasar por el “aro” de los mercados, para preservar la autogestión de tu esfínter anal, para poner a prueba la pasta de la que estás hecho, para ganarte un hueco entre los seres que aún se resisten a ser deshumanizados.
La multiplicación de los problemas irá pareja a nuestra incapacidad para resolverlos con eficacia. El colapso es ya inminente. Si tienes un diccionario a mano, corre raudo a buscar el significado de un vocablo que quizá salve tu vida: “revolución”.  Después, lucha con todas tus armas y todas tus fuerzas, haz lo que debas, que esta vez no te lo van a dar hecho…

¿Sumisión o amor propio? ¡Elige amo!


miércoles, 30 de mayo de 2012

Shemá Israel...

"Ante la tentación,
ve a una ciudad en la que no seas conocido
y peca allí."
(Moed Kattan 17a)


"No hay peor blasfemia
que la solapada."
(Leo Strauss, On Plato's Symposium 1959) 





¿Ha existido siempre la actual ruptura entre el ser humano y el mundo de lo divino? ¿Hubo alguna vez un tiempo sin abismo, en que todos los seres humanos experimentaran la unidad de todas las cosas que habían sido creadas, la continuidad entre el mundo creado y ordenado conforme a fiables leyes naturales cuantificables, y el artífice-legislador divino?

La ciencia parece haber optado por desenvolverse en la niebla más rentable de lo creado, que por arriesgarse al necesario extravío en la oscuridad del Creador, y no puede decirse que haya sido una elección desacertada.

Aquellos que han optado por restablecer el puente que cruza el abismo, se ha situado involuntariamente en el punto de mira de la psiquiatría oficial. La auténtica espiritualidad se ha vuelto un asunto peligroso, y eso que, de tan íntimo, resulta casi secreto. Quizá para las autoridades que instrumentalizan a las autoridades sanitarias, ese sea el peligro mayor, tal y como ya anticipara George Orwell en “1984”: el verdadero e impune crimen mental.

El iniciado testifica el deseo que el hombre tiene de alcanzar el mundo divino, el paraíso perdido, dentro de su propia forma tradicional y por medio de aquellos símbolos que le son más afines, ya sean estos judíos, cristianos musulmanes, en último término, egipcios.

De esta manera, el esoterismo judío se encuentra inmerso en la forma tradicional correspondiente, según la cual el Dios vivo se manifiesta a sí mismo en toda la creación y se revela al pueblo de Israel, llamado a ser “Luz entre las naciones”, en el Sinaí y en la Toráh.




También el hebreo, como lengua sagrada en el que está escrita la Toráh, constituye uno de los pilares claves del judaís­mo y, por tanto, de vía iniciática judía. Esta lengua constituye la llave maestra para los secretos más profundos del Creador y de la creación y se utiliza también para los arduos amagos de descripción de la experiencia espiritual.

Todos los movimientos en la historia del judaísmo forman en su unidad la tradición judía, como una entidad única. Los iniciados judíos de todos los tiempos, a través de sus actividades espirituales, han intentado restaurar el contacto del hombre con una realidad divina, de tipo eterno, que se encuentra más allá de nuestro mundo finito y humano. Sin embargo, cada corriente lo hizo a su propio estilo, enteramente particular, y que a menudo se distinguía de otros movimientos, anteriores o posteriores, por su forma de acercarse al tema: vamos, el mismo perro, pero con distinto collar…

Uno de los factores que se encuentran en el fondo de las considerables diferencias que se dan a veces entre las diversas modalidades es el hecho de que éstas surgieron en diferentes períodos. Hasta cierto punto, cada movimiento lleva las marcas de su época. Así, muchos judíos experimentaron en propia piel los rigores de la vergonzante (para sus autores) expulsión de su España -donde su cultura había gozado de una edad de oro-, en 1492, como catástrofe insuperable que condujo después a un fuerte resurgimiento mesiánico. Este deseo del Mesías y de la redención se manifestó en la Cábala luriánica, que se encuentra entera­mente influenciada por el mesianismo.




Sin duda alguna, existen puntos de contacto entre los diversos movi­mientos de la tradición judía, ya que, de un modo u otro, todos ellos hablan del desarrollo de la actividad espiritual para alcanzar el gran tabú: una experiencia directa del mundo divino. A pesar de eso, no debemos caer en la equivocación de meter todo en un mismo saco.

Los orígenes del pueblo judío y su acerbo espiritual son oscuros, como los de todos los pueblos y religiones que borraron todos los rastros “idólatras” de la malograda tradición que les precedió, según hoy lo tiene bien claro la Historia de las Religiones, y a la inversa de lo enfatizado por las distintas ramas abrahámicas, que quieren tener la propiedad de la deidad, característico afán de los tres monoteísmos, que consideran a cada una de sus tradiciones como única, hasta tal punto que la Historia nace cuando ellas aparecen o cuando se conocen sus libros sagrados que las unifican, lo que es particularmente válido con respecto al judaísmo y cristianismo, que conservan casi todo el Antiguo Testamento (Tanakh), su Historia Sagrada, en común.

Rainer Albertz en su Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento afirma:

De hecho, ninguna de las religiones conocidas se encontró con una especie de tabula rasa en materia religiosa, sino que se fue construyendo poco a poco sobre categorías ya existentes. Y eso es válido para el cristianismo, para el budismo, para el islam y, naturalmente, también para los del Shemá.[1]

En todo caso, la Toráh, o sea el Pentateuco, obra atribuida a Moisés –aparte de las dos versiones del Génesis y otras numerosas aparentes contradicciones que contiene– ha sido siempre tomada como lo más sagrado y el verdadero centro de su cultura, que ha ido consolidando la Tradición Judía tal cual ha llegado a nosotros, desde los remotos mitos fundacionales, los Patriarcas, su descendencia y la constante del exilio y la persecución, al punto de hacerlos esclavos en ciertos períodos, aunque finalmente se liberan siempre.

Pero posteriormente coincidiendo con el reinado de David y Salomón y la construcción del Templo ésta adquiere así su máximo esplendor y brillo, siendo la “civilización mayor” -en muchos sentidos- de toda el área de Medio Oriente.




La vida de este pueblo es tanto una constante paradoja como una permanente aventura, allí donde quiera que el sagrado Nombre de su divinidad vaya cambiando, hecho este que luego sirvió de excusa a los cabalistas como caldo de cultivo fértil de sus especulaciones, que culminaron en la alta Edad Media, en España, mejor dicho, en Sefarad[2]: “el Jardín” de los orígenes.

Así, este pueblo de pastores seminómadas, o nómadas, se va organizando lentamente, en tribus o clanes con estadías prolongadas en territorios no hostiles de otras civilizaciones, como los de Egipto o Caldea,[3] y enriqueciéndose por estos saberes que siempre supo aprovechar y al mismo tiempo darles su característica propia basada en la Toráh, o ley, que incluye los diez mandamientos (mitzbot), recibidos por Moisés en el Monte Sinaí y que grabará en dos piedras, que, junto con la Toráh escrita y los libros posteriores incluidos en el Antiguo Testamento, constituyen el corazón de la tradición judía.

Y sobre todo la enseñanza oral y aquellos comentarios cripto-esotéricos, metafísicos, que el propio legislador susurró -compartió en secreto- con sus discípulos y éstos con otros hasta nuestro sol, según lo atestigua la Tradición del pueblo de Israel que desde el comienzo se hizo presente y cristalizó lento en el fértil crisol de la Cábala.[4]

Hasta ese momento predomina una visión del mundo era "animista" y la presencia chamánica de lo sagrado se encuentra, epifánicamente expresada[5], en árboles (encinas), rocas (como es el caso de la piedra de Jacob en la que apoyó su cabeza y sintió su tremendo poder),  pozos, o fuentes santas.

Tal cuál ha sucedido con todos los pueblos que se conocen, muchos de los cuales han padecido análogas circunstancias o parecidas experiencias, que también se dan en el microcosmos y en la larguísima iniciación en el Camino del Conocimiento, por la correspondencia entre el hombre y el universo.[6]




Bajo el dominio griego la antigua tradición hebrea florece y produce autores como Filón de Alejandría[7] y el historiador Flavio Josefo; desde entonces el influjo griego ha sido permanente, como lo ha sido para los cristianos y posteriormente para el Islam, de lo cual es buen ejemplo la obra de Ibn Arabí. Finalmente los islámicos introducen en buena parte ese pensamiento que hoy es el propio de los occidentales en toda Europa (luego pasará a América), como lo habían difundido anteriormente los romanos y bizantinos a través de sus Imperios.

Sin embargo para los judíos guiados por hwhy, el Orden, o la Ley, es, como se puede apreciar en el relato bíblico, susceptible de numerosas transgresiones por sus jefes es decir sus conductores elegidos por hwhy mismo, como es el caso de David y otros.[8] Aunque las más graves sin duda son las atinentes a la confusión y suplantación de la magia vulgar o supersticiosa en detrimento de una más aristocrática teúrgia o profética revelación.

Este es un tema bien delicado, ya que la distinción entre Magia y Teúrgia es apenas perceptible, aunque la Tradición Hebrea, es decir la Cábala, denosta también a la magia y a sus practicantes –tal cual es evidente en ciertas partes de la Biblia– al igual que posteriormente lo haría José Chiquitilla (o Gikatilla) y otros, que en el siglo XIII en Sefarad repudiaban la magia de los ignorantes y literales al mismo tiempo que realizaban trabajos de trasfondo metafísico que actuaban a todos los niveles, como han sido siempre para la historia de este pueblo los pantáculos, las transposiciones de letras y números, los cuadrados mágicos y talismanes que reclaman la intervención del cosmos, sus misterios y Nombres Divinos irrumpiendo en la humanidad, transfigurándola.

Se debe decir que todos estos elementos son propios de la Tradición Hebrea, aunque pueden rastrearse muchos de otras civilizaciones con las que convivió y que no sólo han dado profetas que veían en sueños –lo que es tan importante en esta Tradición de grandes taumaturgos y augures como hacedores de la lluvia.[9] Puesto que excelsos sabios y rabinos, distantes en el tiempo –pero que existen actualmente en verdad en otro plano de la realidad– están unidos sólidamente por la gran cadena áurea, en la que la misma voz de la deidad se hace presente.

O sea, la permanente presencia divina, ya que es el mismo hwhy quien los ha protegido, pese a que una y otra vez se hayan desviado de la Tradición, por lo que también los castiga y constantemente los somete a esa presión que garantiza una dócil teshubá. El pacto es el pacto. La deuda es la deuda. Nolens volens, nada nuevo bajo los rigores del ardiente “hijo” solar.



[1] Rainer Albertz, Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, Editorial Trotta, Madrid, 1999.
[2] ספרד (Abdías 1, 20), término emparentado con sdrp (paraíso), también con el sareptwn griego , el sarapthan latino y con las no menos legendarias Hespérides. Vamos, un sitio del que, si por un casual te expulsaran en aciaga hora, pasarías tu vida anhelando volver.

[3] El patriarca Abraham, origen genético y espiritual de las tres religiones monoteístas, era oriundo de Ur, en Caldea, tierra de afamados "magos" o “magi”, que era como por aquel entonces se denominaba a los teúrgos y sabios caldeos.
[4] También el Talmud ha contribuido a esta función, aunque mucho más luego, y conformará el diseño de su religión en más de una perspectiva exotérica.

[5] Cf. Areté, Prólogo, QyDado (2012)
[6] La historia sagrada del pueblo de Israel es también la descripción de los avatares del alma en el iniciado, el cual puede conjugar de modo simultáneo así toda su herencia y participar directamente de una modalidad específica, la suya, del Ser Universal.

[7] El cual al abrazar la filosofía griega formula al judaísmo en esa perspectiva transformando el Mito en Logos. Es decir, la elaboración judaica y bíblica en un logos griego.
[8] La poligamia no fue sólo admitida, sino practicada por estas tribus, y aún en la época de los reyes porque la unión estaba ligada a la descendencia física y espiritual. Fueron cientos, si no miles, las esposas y concubinas de Salomón a lo largo de su reinado.
[9] Llamados "trazadores de círculos". Hasta la época del nacimiento de Jesús (Joshua ben Joseph ha Meshiá) había una familia, los hijos y nietos de Honi, a los que venían los sacerdotes a pedirles que hicieran llover. Fue tan grande su poder que incluso mandaban sobre los mismos espíritus, por lo que fueron amonestados por los rabinos que, sin embargo, los necesitaban. El trazado de círculos era imprescindible en sus ritos.


martes, 22 de mayo de 2012

Eco despreciada

"La humanidad se extingue
en todos aquellos que guardan silencio
ante la tiranía"
(Éxodo 14, 13)


"Y cuando todo esto suceda,
erguíos y levantad la cabeza:
se acerca el Reino."
(Lucas 21, 28)






Cuando Hades secuestró a Perséfone en la pradera de Nisia, según nos cuenta la tradición, lo hizo utilizando un señuelo más que inapropiado, pero muy eficaz: la hermosa, aunque maloliente, flor del Narciso. Se aprecia así, cómo lo fingidamente semejante atrae con fuerza a lo semejante, como demuestra la ciencia del camuflaje.   

Desde que el egocéntrico Sigmund Freud cuestionara la adecuación a la normalidad del vulgar amor propio[1], ha llovido mucho. Sin duda ese debía ser un rasgo de personalidad que llamaba su atención en la medida en que el padre del psicoanálisis[2] se proyectaba en él, y, ejerciendo la noble tarea de fiscal-terapeuta, (¿Quién vigila a quien vigila al policía?), le cargaba el muerto sus clientes-pacientes.[3]

Conlleva implícito un proceso recursivo: se ama al que se ama a sí mismo. En otras palabras, Narciso no cayó en la trampa de enamorarse de su reflejo en el agua, sino del amor que vio reflejado en el espejo de sus ojos.





El concepto ha sido contaminado por la aristotélica noción de virtud, que entiende ésta como moderación entre excesos. El engaño reside en que quién decide los extremos lo hace bajo un criterio parcial, esto es, aquel que se establece en torno a ciertos intereses propios.

Una vez más, parece cierto el aserto de “quién hace la ley, hace la trampa”, o aquel otro que de igual manera sostiene que “quien parte y reparte, lleva la mejor parte”. Y no digamos, aquel otro de “el primero, capador”. La desconfianza paranoide de que hace gala del refranero popular, resulta proverbial.

Pongamos un ejemplo práctico: ¿Qué crees que iba a ocurrir si otorgamos a una persona muy envidiosa la responsabilidad de evaluar las habilidades de alguien? ¿Coincidiría su calificación con la misma que podría hacer de sí misma la persona interesada? ¿Quién puede juzgar a quién?

En el caso de que nuestro supuesto envidioso evaluador sentenciara: “el sujeto sobreestima sus habilidades y tiene una excesiva necesidad de admiración y afirmación”, ¿cómo podríamos estar seguros de que dicha sentencia está menos movida por su envidia que por su “juicio de objetividad”?



El dilema es irresoluble. Hace mucho tiempo que tomé clara consciencia de que el mejor modo de manipular a alguien consistía en ser el primero en decirle en tono suave pero firme y, lo más importante, ¡en público! la siguiente fórmula mágica: “Mira que eres manipulador”.

Si tenemos en cuenta el diagnóstico oficial, lo que único que separa a la persona narcisista de la psicopática es su carácter neurótico: Narciso sufre cuando los demás no atienden su agudo egoísmo, aunque, al igual que el psicópata, también dé sobradas muestras del desinterés que siente hacia las necesidades y sentimiento ajenos. Al menos el psicópata finge ser encantador con el prójimo, lo que le otorga una mejor consideración social inicial. No tiene la misma suerte, en cambio, la persona narcisista, en una sociedad en los libros de autoayuda han conseguido estafar al imaginario colectivo, consiguiendo que la “moderada autoestima” esté sobrevalorada.

En los agitados tiempos que corren, ¿cuánto narcisismo podría ser considerado como lícito o saludable?

Los antiguos tenían términos muy ricos en significado que no son contemplados desde la etiqueta oficial.[4] Así encontramos términos tan variados como soberbia, vanagloria, altivez, chulería, arrogancia, presunción, orgullo, vanidad, egoísmo, egocentrismo, dominación, beneficio, interés, derecho al abuso…, por lo que se refiere a la banda latina. Grecia, por su parte también nos obsequia con otros, quizá algo menos conocidos, al menos fuera de aquellos ámbitos que consideramos especializados: hybris/némesys, élite…

La sociedad de consumo, que sabe más psicología que muchos especialistas, nos refuerza centrífugos con eslóganes centrípetos: “lo que tú necesitas” (compra). La religión nos reclama antes centrípetos, para condicionar mejor de este modo el desenvolvimiento más benévolo de nuestra centrífuga ética: “ama a tu enemigo” (examina tu conciencia). Por eso la mónada simboliza de un modo certero el continuo vaivén en el que ha de transcurrir la dinámica de nuestra vida.



El devenir de los tiempos ha ido intencionalmente encaminado a potenciar nuestro individualismo hasta niveles que hace unas décadas hubieran escandalizado a nuestros padres. Desde las más variopintas áreas de investigación se ha recomendado a los gestores la necesidad de aislar al sujeto, no en orden a fomentar su autonomía, sino su dependencia y, con ello, su total sometimiento y docilidad.

Comenzaron suscitando la desconfianza por el grupo comunitario, luego el objetivo a batir fue la familia y por último, la pareja a sucumbido al embate. Ansioso, desasistido, solitario, el individuo busca compensar a toda costa su angustia vital y la pérdida de cualquier clase de lazo afectivos consumiendo. Aceptará las condiciones degradadoras más extremas, incluso la esclavitud laboral, con tal de tener acceso al consumo: Tanto tienes, tanto vales. El mercado no necesita ya seres humanos, en cuanto estos no supongan, de forma directa o indirecta, flujo económico. Hoy sólo hacen falta los clientes.

Cualquier umbral de narcisismo es admisible, en la medida en que te lo puedas costear. De lo contrario más vale que te  busques un terapeuta o psiquiatra que no sea muy caro. Nadie estará dispuesto a aguantar tu egoísmo gratis. Malos tiempos para la lírica.

Mandan los mercados. Proporciónate una apariencia adecuada, disfraza tu olor nauseabundo con un aroma de moda, construye tu autoestima a golpe de Visa. Eres el Narciso que estamos buscando. “¿Quería alguna cosa más? Tenemos en promoción…”




Podríamos seguir nuestra enumeración hablando, por ejemplo, de colectivos narcisistas, que exhiben sin pudor su orgullo, países narcisistas que sienten natural su derecho a colonizar a otros “inferiores”, especies narcisistas que confunden el término medioambiental con “a la medida de mis necesidades”, religiones que, en su narcisismo se sienten “elegidas” por el mismo Dios, razas narcisistas, etc., etc.

La postmodernidad tiene muy a gala el ser narcisista y proclama enardecida el “todo vale” en la medida en que rinda culto al “YO”. La hamartia de Narciso supone una salutífera y necesaria catarsis en el corazón de los más dóciles espectadores del mito. La lucidez, en cambio, habrá de conformarse con extinguirse poco a poco, en los abismos de la general sordera de los tiempos, casi imperceptible, condenada a la inútil reverberación del eco.  

Preguntado Tiresias sobre la esperanza de vida del fruto de la violación de Liriope por Céfiro, aquel ciego clarividente sentenció la clave del asunto: “Sí, siempre y cuando nunca se conozca a sí mismo”. Pocas veces se ha dejado algo de suma importancia tan claro: el módico precio del autoconocimiento es la propia muerte. ¿Te animas?




Extracto de nuestro libro: Cónócete. (Próxima aparición)





[1] Introducción al narcisismo (1914), WW 14,2, Amorrortu
[2] Técnica psicoterapéutica que basa parcialmente en la clásica incubatio, aunque su autor no reconoció esta deuda ni con el mundo clásico ni con la cábala. Iba de “inventor”.
[3] Un párrafo tan hostil ¿podría llegar a ser considerado Edipo profesional? Nunca se sabe.
[4] NPD, DSM IV