“Gleichsam einen
Nabel.”
(Sigmund Freud)
Suelen los
dioses inmortales encargar su templo sobre la tumba de los dioses muertos, para
que la lápida haga las veces de puerta corredera con el otro mundo, allí donde
se oculta el permanente trasiego del oro. Eso justifica, ayer como hoy, el lucroso
tráfico de auténticas reliquias –así como su constante imitación inflacionaria
de las falsas- y la necesidad de ardides con que engañar al vigente usurpador
del sacro monopolio, voraz devorador de sus permanentes hijos.
Llevan
removiendo Roma con Santiago sin dar con la maldita puerta, aplacando inútilmente
a los titanes del pétreo subsuelo con vanos sacrificios. Descartado Irak y
apunto de darse por vencidos en Afganistán, Irán será el próximo objetivo. Nada
se halló bajo la “restaurada” fuente de la granada roja. Escurridiza meta que
sólo conocen aquellos capaces de vengar al abuelo, matando al padre con la
ayuda de la madre. Por más que insistan algunos, son una mínima minoría muy
silenciosa quienes conocen el acceso al estrecho ombligo que trasciende el
tercio. Desconfíe de las imitaciones, de los pañales y las promisorias tóxicas manzanas:
Inminente vomitus vobiscum.
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