“Se apagó la belleza en tu corazón,
corrompió tu sabiduría tanto esplendor,
con inmoral comercio profanaste tus santuarios,
devorado en tu propio fuego redujiste en
ceniza.”
(Ezequiel 18, 16-17)
“…y en la tarde te amanecerá una luz de
mediodía
que, lejos de causarte daño o consumirte,
cual stella matutina te hará renacer.”
(Job 11,17)
Hemos de ser muy prudentes a la hora de
establecer certezas a partir de nuestros esquemas mentales previos, no vaya a
ser que caigamos en la cegadora neblina del prejuicio, sin estar cualificados
(no digo calificados) como jueces. No hay nada tan engañosamente complejo como
la simplicidad.
Como saben demasiado bien los intoxicadores
profesionales, no siempre guarda correspondencia el continente con el
contenido. Los intoxicados lo descubren demasiado tarde. Tras el señuelo virgo se
ocultaba, engañador engañado, un desesperado dragón de siete cabezas, bajo los efectos de su propio veneno.
Acallada la mortífera palabra, rasgado su envolvente
velo, regresó salutífero el silencio. ¿Adónde podrá agarrarse el ego? ¿Dónde encontrará
asidero sino en el amor? Reposan las miradas de los amantes en la belleza muda
de su silencioso reflejo, sin necesidad ya de decir ni decirse nada. Nihil
obstat.
Desligión. Secreto. Conocimiento.
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