jueves, 8 de noviembre de 2012

La princesa fenicia


“Se apagó la belleza en tu corazón,
corrompió tu sabiduría tanto esplendor,
con inmoral comercio profanaste tus santuarios,
devorado en tu propio fuego redujiste en ceniza.”
(Ezequiel 18, 16-17)

“…y en la tarde te amanecerá una luz de mediodía
que, lejos de causarte daño o consumirte,
cual stella matutina te hará renacer.”
(Job 11,17)

 

 
 

Hemos de ser muy prudentes a la hora de establecer certezas a partir de nuestros esquemas mentales previos, no vaya a ser que caigamos en la cegadora neblina del prejuicio, sin estar cualificados (no digo calificados) como jueces. No hay nada tan engañosamente complejo como la simplicidad.

Como saben demasiado bien los intoxicadores profesionales, no siempre guarda correspondencia el continente con el contenido. Los intoxicados lo descubren demasiado tarde. Tras el señuelo virgo se ocultaba, engañador engañado, un desesperado dragón de siete cabezas, bajo los efectos de su propio veneno.
 

 
 
Acallada la mortífera palabra, rasgado su envolvente velo, regresó salutífero el silencio. ¿Adónde podrá agarrarse el ego? ¿Dónde encontrará asidero sino en el amor? Reposan las miradas de los amantes en la belleza muda de su silencioso reflejo, sin necesidad ya de decir ni decirse nada. Nihil obstat.

Desligión. Secreto. Conocimiento.
 
 
 

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