domingo, 26 de agosto de 2012

El Jardín de la Locura


“Non bene pro toto libertas venditur auro.”
(Miguel de Cervantes, DQDLM I. Prólogo)
 
“Y no digáis de ellos que están muertos,
sino que por primera vez viven.”
(Qurân)

 

 
 

A todo lector le cabe hacer juicio prudente de lo leído y hacer depósito de ello en los estantes de su memoria, para así reproducirlo luego a conveniencia o incluso recrearlo y enriquecerlo aún a riesgo de incrementar su grado de locura. Dicen que los locos gozan de mayor proximidad a la inocencia y en ello reside su irresistible peligro de contagio, la causa del temor y miedo que les tenemos. Nadie quiere recuperar su inocencia original y soportar con ello el peso de la acción, de la diferencia y –sobre todo- de la trascendencia que brinda la inocencia desprogramada. Nadie vuelve a ser la misma persona tras el prodigioso enclaustramiento en la cueva de Montesinos, como se deduce de el cambio observado en sus palabras y acciones. Cuando se descubre la fuente del rigor, uno se torna más clemente y misericordioso.

 

Próxima a la locura se encuentra la embriaguez espiritual. Ebriedad que deposita en el temor del recuerdo la llave de la sabiduría. No cabe una lucidez mayor que la de aquel que, permanentemente ebrio del recuerdo, temeroso, nunca olvida. Y así, en la soledad de los campos, se deja acompañar por la virtud trascendente que se intuye en los árboles y arroyos. Y libremente se deja llevar por ella, reencuentra -dentro de sí- al otro, en cada una de aquellas encrucijadas imaginales que pueblan y afirman la vida. Sólo así se entiende aquello de que, para quién se haya conectado a la sensibilidad de otro mundo, “obras SI son amores”.

 

La posesión del genio que inspira, que trae la locura, que exalta nuestra alegría, también nos permite florecer, fructificar y renacer de un modo distinto, a una perspectiva distinta, a una mirada renovada que se aventura a un nuevo mundo y lo transita desde el cíclico forcejeo del corazón, para así transcenderlo en su máximo apogeo y descubrir la Verdad. Locura pues, entreverada, plagada de lúcidos intervalos, allí donde cordura significa conciencia de lo Real. No cabe mayor locura que la que procura al molino gigante de cada ego el sagrado Viento. Esa que se ha ganado regresar de nuevo al jardín del que no debimos salir. Que, como dispuso el Eterno, cada quién sea libre de pensar, creer y establecer sus propias conclusiones, de acuerdo a su propio conocimiento y compresión en el provisional “huerto” de su Alma. Cualquiera es libre así de tener miedos y esperanzas infundadas o frustrarse en el vacío de tomar por real aquello que no lo es, prefiriendo construir molinos y adorar a otros dioses menores.



No hay comentarios:

Publicar un comentario