“Quién quiera lograr todos sus deseos en este
mundo,
sólo tiene que comprender qué significan
nombres como
Elijé, Ia, YHVH, Adonai, Él, Elahá, Elohím,
Shadai y Tzebaot.”
(José Chiquitilla, Puertas de Luz)
Resulta bien divertida la posibilidad que
conservan ciertas personas (ya que todos nacemos con dicha capacidad) de ver
sonidos o saborear imágenes. También resulta divertido jugar a pensar que el
universo puede llegar a ver, a través de nuestros ojos, oír, por nuestros
oídos, palpar a través de nuestras manos o, aún mejor, ser consciente gracias a
nuestra consciencia. Funciones y sentidos se intercambian en una amalgama tan
fructífera como desconcertante.
Siempre me resultó inquietante el empleo de los
tres verbos “divinos” en hicieron posible (y aún hoy hacen) el comienzo
(bereshit) del universo del que actualmente formamos parte: Principiar, decir y
ver “con bondad”. Antes que cualquier otra función se da un intención creadora,
una expresión verbal de dicha intención, cerrando todo el proceso con una
mirada que verifica el ajuste entre la intención creadora y lo verbalmente
creado. De alguna “forma”, parece como si todo pre-existe en el modelo de esa
intención, y es creado a partir de la idea (imagen previa) de dicho modelo. Lo
interesante llega cuando te das cuenta que términos como “forma”, “idea”, etc.
tienen también su pre-existente. Surgen de una “nada” intencional que primero
habla y luego mira lo “formado” tras la palabra.
La palabra tiene un poder evocador. El nombre
de la persona que amamos (que no se parece en nada –mera onda sonora o contraste
visual- a dicha persona) posee un mágico lazo que nos la trae: evoca su
presencia, arrastra con él nuestros actuales sentimientos hacia esa persona, e
incluso otros más remotos. Todo cuanto nos podemos representar “tiene nombre”
aunque este nombre no siempre está formado por sonidos o palabras. Puede
tratarse de un sabor, un aroma, un sentimiento, un cromático atardecer de
plenitud… o una delicada amalgama de indescriptibles matices y sensaciones que son el “nombre”
de aquel momento que nos ocurrió porque asistimos como sus “benévolos” testigos. De algún curioso modo, parece que se creara
para nosotros.
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