“El rezo que espera al sol
es diferente cada mañana.”
(Néfesh Ha’jaim)
“Cuando me levanté para abrir al amado,
ya se había ido.”
(Shir Ha’shirim 5, 6)
Son muchos los que,
al considerarla una entelequia, se resisten a creer que alma humana (su alma)
cabalga sobre las onduladas olas del tiempo. Así, cuando ésta se halla en la
cresta, besa y es besada por el cielo. Más adelante siente, en su descenso, el
dolor de la pérdida de su amado. En la base, tocando tierra, sólo queda el
consuelo del recuerdo y nostalgia, y un ardiente deseo de volver a remontar.
Estos estados descendentes y ascendentes los experimenta el alma de manera
recurrente a lo largo del año en momentos muy precisos, tan precisos que podría
decirse que poseen una “exactitud lunar”.
Podría incluso establecerse
una equiparación entre la “cresta” y el plenilunio, la “caída” y el cuarto
menguante, la “nostalgia” y el periodo “sin luna” (luna nueva), y finalmente,
entre el anhelo del reencuentro y la “creciente”. Esta montaña rusa anual
presenta trece hitos que siempre comienzan en la “primera luna llena de
primavera”. Somos, pues, almas lunáticas, atrapadas la cárcel de un trayecto
solar. Cárcel que, una vez que se conoce bien, inmediatamente (ipso facto) deja
de serlo.
Pese a lo que muchos
piensan, el alma humana no es uniforme. Posee cualidades, matices
diferenciados. Todos estos matices están sujetos a la triple recurrencia lunar.
Es necesario pues un reseteo inicial de estos cuatro matices (en distintos
momentos del año): fase mutable. Es necesario que aparezca una clara intencionalidad
en cada uno de ellos (también en distintos momentos del año): fase cardinal. Y
es necesario (una vez más, en momentos del año distintos) que se intensifique
dicha intencionalidad de manera focalizada: fase fija. Sólo resta por desvelar
cuáles son esos cuatro matices del alma humana: su bios terrestre, su pathos
acuático, su thymos ígneo y su pneuma aéreo.
La clave
está en hacer trabajar -a cada instante (ya que cada instante requiere su
trabajo específico)- todos estos matices como una sola unidad, y luego juntarse
(ser uno) con otros capaces de hacer lo mismo en un solo pulso. Las mismas palabras
tendrán mañana un efecto completamente nuevo. El instante no es mero escenario pasivo
sino, muy al contrario, nuestro más valioso capital; nuestra vida misma. Vamos,
todo es cuestión de relajarse primero (agua lustral), y luego sólo poner un
poquito de atención e intención perseverante. Si no eres alguien desalmado, no
pierdas la oportunidad… ¿Hace falta decirte más?
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