“Siendo pobre en la posibilidad de mi riqueza
¿cómo no habría de serlo en mi actual pobreza?
Ignorante en la posibilidad de mi sabiduría,
¿cómo no habría de serlo en mi actual
ignorancia?”
(Ibn Ata-Illah)
“Salvo quienes obren y caminen desde la
certeza,
salvo quienes se recomienden entre sí verdad y paciencia.
Los demás… perdidos.”
(Qurân 103)
Lo que no parecen sino hechos inconexos, azares fortuitos, plural absurdo de
la irredenta multiplicidad, fatalidades que se agotan y encuentran su límite en los
respectivos egos infinitos, todo aquello que no parece sino caos, digo, conforma una
coherencia tan sutil como la que se aprecia al atravesar el umbral de todo
recinto sagrado. Cada cosa está dispuesta en función de un único propósito:
nuestra total desaparición. Al igual que durante el periodo comercial de
rebajas, se aspira a una liquidación total del stock egoico, así disuelto en la
parsimonia coagulante de la unidad.
El gesto natural de quién se da cuenta de ello es la de volverse al humus, la de recogerse
humilde en la prosternación, la de saberse “polvo y ceniza”, la de reconocerse evanescente
reflejo en el espejo del mundo a merced de Su mirada. Dicha humillación es la “experiencia”.
Incompatible con las infinitas formas de orgullo espiritual que pueblan logias, sinagogas,
basílicas, mezquitas, resorts new age, dojos y ashrams.
Por más que estén de moda, no hay eco ni en el simulacro de amor, ni en la
espiritualidad impostada, ni en la mal disimulada soberbia. Se requiere el saldo,
se hace necesaria la propia rebaja, el total obsequio desinteresado. Es precisa
aquí la liquidación total. Quién verdaderamente Te conoce, ni reposa en tu
gracia ni desespera de Ti en la adversidad. Ardua es ciencia de la paz. Pero
donoso su escrutinio. El aquí y ahora hechos templo, dicen que saborea el que
sabe.
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