“Escucha
el verdadero anhelo que palpita en tu corazón,
desoye
la seductora llamada de la copa somnífera
¡Y
no te duermas!
El
amor sólo encuentra a los que ardientes le velan.”
(Yalal ad-Din Muhammad Rumi)
“Si
y no.
Entre el sí y el no
los espíritus
vuelan más allá de la materia y
las cabezas se
separan de los cuerpos.”
(Ibn Arabí responde a Ibn Rush)
Respirar
no es sinónimo de saber respirar, aunque la mayor parte de los supervivientes
no asfixiados se consideran expertos “prácticos” en el tema: “Aprendí a respirar
sólo, sin ningún maestro, y hasta ahora.” ¡Qué pronto olvidaron el álgido
estímulo sobre las nalgas que les otorgó la radical victoria! No es el
buscador, sino el encuentro con lo buscado, lo que hace posible (y completa)
toda búsqueda. Lo buscado nos encuentra.
La
posibilidad de autoconocimiento esencial en el bajo mundo de la manifestación
es tan improbable como el encuentro con un arcángel. De hecho son la misma
cosa, en lo que respecta a su variación vibratoria. La silente quietud permite
saborear el viento divino que lleva al corazón de manera algebraica al
encuentro con lo insondable.
La
compulsión espiritual deja de ser asombrosa, imposible o extraordinaria, para
ser un modo de ser en el mundo (de hecho el único), en lugar de vegetar, conforme
a la verdadera naturaleza de las cosas. Todo el “mérito” robótico es tratar de resistirse
a su fuerza: en vano. “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.”
Toda
vida no es sino un viaje a trascender el límite, el límite de uno mismo, el
límite de lo verdaderamente humano, el límite de lo sagrado ¿Cabe otra opción
que la de renunciar de modo consciente a la ignorancia y peregrinar a la
extinción? Allí dónde aún no existe un cosmos que pueda oír ni obedecer, el
mandato divino, hábil tejedor de esparto, lo hace posible como si nada.
Natural.
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