lunes, 6 de agosto de 2012

Sangre, atrabilis, bilis y pituita



“La mera existencia de un sólo gnóstico
desbarata más los satánicos designios del adversario
que el denodado esfuerzo de cien mil místicos."
(Muhammad)


"La opinión del hombre juicioso es acertada
como si las cosas ocultas le hablasen
a través de los signos que ve
gracias al poder del Creador que las creó.”
(Said Ibn Abd Rabbihi, Uryuza Fi-l tibb)











Desde el principio de los tiempos, el buscador honesto, aquel que ha logrado transmutar su sombra en luz a través del espejo del conocimiento de sí mismo, siempre ha tenido la necesidad de observar profundamente la verdadera naturaleza de las cosas, del hombre, del mundo y del universo, desdeñando así el reporte superficial de la aproximación ocular del perezoso, sin temor al esfuerzo y fatigas que prometen desentrañar su misterio, desvelar su secreto, alcanzar su ciencia.

Disponemos de testimonios irrefutables de que el exquisito perfume del conocimiento hermético, la codiciada ciencia de los antiguos, se viene cuidadosamente escanciando en terrirorio español desde principios del siglo IX, mucho antes de que los maestros vieran resplandecer la daga del fanatismo, amenazando la yugular de su alquímico Arte, con tal de mantener reforzados los anillos del poder esclavizador y (tratar de) destruir la memoria.

Por más que cause pesar a cuantos van de iniciados en los misterios, el verdadero filósofo no es sino aquel que es amado por la Sabiduría, hasta el punto de dejarse amar por él (o ella) y no a la inversa. Por el método personalizado de curar al enfermo, se reconoce al sanador real y la eficacia de su remedio. No por escasas, las huellas dejan de ser rastro, fiel vestigio de lo que un día fue transido sendero.

El que quiera tener la humildad de aprender a cerca de los igneos vientos y del pneumata, que "vaya a Salamanca". Como siempre, absténgase sopladores y todos cuantos, bien distraidos entre juegos y recortes, aún sigan afectos a las cosas criadas. Que no se hicieron los arabescos del sulfur, el mercurio y la sal para la boca del asno, ni se siente cómodo Hermes entre los eruditos labios del autoengaño. Bien sabe Narciso que las arrugas son inevitables, señal indeleble -botox mediante- del encuentro de todo ser humano con su destino.




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