“No vemos aquella luz
que nos hace
ver.”
(Rabí
Iosef Albo)
Así como la
denostada alma permea el cuerpo entero y lo sostiene, ve sin ser vista, mora sola
y pura en los resquicios más íntimos (sin lugar), no come ni bebe… así, decimos,
para calmar al oído, que también permea todo el universo un único campo
escalar. A diferencia del alma, el campo escalar puede llegar a conmover (materializar) todo,
precisamente porque, en sí mismo, es algo que posee una naturaleza totalmente inconmovible (inmaterial). Nuestra alma, en cambio,
fuente misteriosa de nuestro cuerpo, aunque no se mezcla nunca con él, sí se conmueve. El
campo escalar, mal que les pese a los ciegos empíricos, retiene “a voluntad” la
masa y la luz.
¿Cómo consigue una fuente
de masa y luz ser, sin embargo, intangible e invisible? Muy sencillo: con
inteligencia. ¿Y qué es la inteligencia? Muy sencillo también: lo que no
cambia, pero genera la posibilidad espacio-temporal en la que son posible los
cambios. La imposibilidad adimensional que hace posible el encadenamiento
interdimensional, es decir, el oculto sendero entre dimensiones, cuya
indiferencia hace posible cualquier diferencia. Unidad que, sin dejar de ser
una -o precisamente por el mero hecho de serlo-, consigue aparecer múltiple.
Inteligentes entresijos del campo escalar. Ahora ya “sabemos” al fin de qué
esta lleno el vacío, para poder ser así llenado. Lo que no sabíamos es que el “campo
escalar” ya estaba inventado, sólo que con otro nombre técnico un poco más
antiguo: Ein Sof.
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