”La aurora sujeta la tierra desde
su polos
y sacude de ella a los malvados”
(Job 38, 12)
“Congregará a sus elegidos
dispersos,
desde los confines del orbe”
(Isaías 11, 12)
Quien aparenta ir por libre, siempre resulta -a ojos
de los demás- singular y heterodoxo, y ello pese a que dicha posición es
metafísicamente imposible. Cualquier fuerza en el universo está firmemente sometida
a un orden intrínseco que la hace prevalecer. Podría decirse que el cosmos
visible e invisible, la materia y la energía tanto luminosa como oscura, posee
un devenir propio del sometimiento musulmán.
¿Y la libertad? La
libertad solo es una posibilidad a la que estamos condenados, una suerte de
capacidad de giro necesario, un limitado umbral de necesidad. Nadie es libre de
no serlo: ese es el fundamento de la teshubá.
Quienes –de algún
modo- sintonizan con el orden que subyace bajo el aparente caos de la
existencia, reciben una información supraesencial que no se deja engañar por la
dinámica fluctuación de los sentidos. Tienen un acceso privilegiado no al guión,
sino a cada posible fotograma de la a película, desechado o no del montaje
final. Pueden llegar a anticipar el más leve modificación de cada pixel de la
realidad. Precisamente de ellos nos
habla la Cábala.
¿Cómo diferenciar
este estado de recepción gratuita del delirio constructivo que caracteriza la
mayor parte de las “canalizaciones” actuales. Muy sencillo: su poder predictor. Aquellos sujetos que
ocupan los principales quehaceres del cabalista tendrían serios problemas ante
la dirección de un casino de juegos, toda vez que hicieran repetidos alardes de
su don. Esos sujetos son la prueba, el anhelo largamente perseguido por los
afanes de la ciencia y el complejo industrial-militar, valga la redundancia. Son
el más codiciado científico perfecto. El objetivo a ordeñar o exterminar.[1] O una quizá una quimera
que, por la cuenta que le trae, se niega a existir y prefiere permanecer oculta
tras el mundo. Un fiel modelo a imagen y semejanza de lo real, que desea –lejos
del hostigamiento y la persecución- permanecer al margen, pero en estrecho
contacto con el lenguaje sagrado, la palabra divina, el verbo creador que crea
y recrea el universo y cada instante, a cada instante. También ahora, ahora,
ahora…
Esta idea del mundo
como fractal autoconsciente no es en modo alguno nueva. La compartieron los
grandes sabios de la antigüedad, aquellos que se encontraban en el secreto
cálculo del mundo: la gnosis. Una vez que participas de dicho cálculo,
comprendes como actúa la teúrgia divina, la verdadera Obra de Dios.
Tu vida adquiere así
una perspectiva quizá de lo más interesante, o tal vez muy tediosa y aburrida.
No sé. ¿Se imaginan lo que tiene que ser la cosa? ¿Se aburre Dios? Va a ser
cuestión de preguntárselo a Michel de Notredame.
[1] De ellos y de su peculiar
problemática se ocupó la película “Corazones en Atlántida”, basada en la novela
de Stephen King (1999) y también la
película “P”, basada en el guión de Darren Aronofsky y Sean Gullette,
proyectada un año antes.
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