“Confronta tu cansancio desde la guerra del Alma,
rendido y derrotado ya el cuerpo que la contiene.”
(Durante Alighieri, Detto d’Amore)
“Quien sabe de dolor,
todo lo sabe.”
(Ernest Heminhway)
Imagina la angelología planetaria la existencia
de alados seres sutiles que circundan nuestras miserias en secreto, cual los
astros giran en torno al centro divino, dotados quizá de una conciencia que
ignora (o desprecia) la ciencia bajo el eufemismo de ley gravitacional. Excepciones
como las de la resonancia mórfica, que entienden que la conciencia o
noosfera trabaja como un campo informacional activo, llevaron al total ostracismo
a Rupert Sheldrake en 1981. Físicos
como David Bohn, tuvieron mucha más
suerte. Sea como fuere, parece que el universo actúa como un espejo de
conciencia y refleja lo que estamos buscando. Su maya estructural danza al
compás de nuestra observación. Nos guste o nos asuste, “su conciencia” baila al
son de la nuestra.
La conciencia, escurridizo asunto donde los
haya, precede a la creación densificada del Universo, lo penetra y contamina:
nosotros somos la prueba. Un salto cuántico nos hace imaginar que nuestra Alma
forma parte del Alma del Mundo, segmento arbitrario de su prodigiosa trama
fractal: Una suerte de “scire” compartido, sinérgico, sincrónico, simultáneo,
sináptico, tan complejo, bello y armónico como lo soñara Albert Einstein… esto es, con-sciente.
La
última visión que aguardaba a Dante era la de un Cosmos amoroso, que hacía
estallar en un orgásmico abrazo los cúmulos de galaxias. No debemos hacerle un
caso excesivo. Entontecida la razón por la sublimación hormonal hacia la Portinari, nos hizo ver que, más que
sabio, no era más que un estúpido romántico, que eligió tener la cabeza más
allá de las Angélicas Esferas Conscientes, allende el Empíreo, allí donde otros
se conforman con los chemtrails y las nubes. Delirios de amor del
toscano poeta para impresionar a su particular y esquiva Dulcinea: "l'amor che move il sole e l'altre stelle."
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