"Ojalá la
riqueza no os abandone, efesios,
para que con ella podáis algún día
comprender
vuestra maldad.”
(Heráclito de Éfeso, 125a)
“Las ventas dependen del posicionamiento,
y el posicionamiento no es sino imagen.”
(José Manuel Díaz de la Lastra)
Nuestra
des-civilización pasará a la Historia como aquella donde se dio con mayor
intensidad la paradoja de convivencia entre un altísimo desarrollo tecnológico,
que facilitó de un modo prodigioso nuestra paulatina –y quizá irreversible- deshumanización
y el más abyecto y superficial positivismo rampante, paradoja anticipada en la
expresión guenoniana del “Reino de la Cantidad”. Eso, en el benévolo supuesto
de que aún quede algo que se pueda llamar Historia, y no mero “amañe
historicista”. No cabe suponer que se consienta la pervivencia de ningún
vestigio que escape a la manipulación, instrumentalización y control, en último
término, a la cuantificación, del dígito. Tal destino es el que presuponemos al
término Alma.
En
su etimología griega, el Alma se considera equiparable a una grácil mariposa,
tan llamativa como inasible a la mano torpe, inexperta. Anhelo escurridizo pero
persistente, brutalmente desdeñado por la apisonadora del siglo que no entiende
más conocimiento que el informativo, más eficiencia que la técnica, más pasión
que el espectáculo y sus “subidones”, más virtud que la instantaneidad monetaria.
Como
sostiene mi admirado Félix Rodrigo Mora,
nociones clásicas como las de virtud, verdad y libertad han sido extirpadas del
diccionario, ya que son incompatibles (enemigas) con la ideas opresoras predominantes
de capital (interés, propiedad) y estado, de ahí los ingentes esfuerzos y
recursos dilapidados en debilitarlas, hasta acabar con ellas. Vano afán, a mi
modesto entender. Virtud, verdad, belleza y libertad, son todas arquetipos
eternos, tan fecundamente humanizadores precisamente por su carácter sobrehumano
esencial. En la “jerga” de nuestro numantino héroe particular: “cualitativo”.
De ahí su peligro subversivo para todas aquellas intenciones “nadificadoras” de
lo humano.
Corren buenos tiempos para tantos utilitaristas simplificadores,
que reducen belleza y felicidad al quantum fisiológico subjetivo, en manos de
las analgesias y ansiolíticos farmacéuticos, ahora que la sabiduría se mide en número
de “ventas” en los grandes almacenes. La receta de Félix ante la sinrazón de los tiempos la toma de Simone Weil: Ayuno, silencio,
contemplación de la belleza natural… y lo más revolucionario de todo, esfuerzo
de convivencia desde el servicio desinteresado. No hay prisa. La Historia sabe
esperar. Tarde o temprano aparecen sujetos de calidad, de la talla de Sócrates o Félix, dispuestos a traernos generosos la frescura y novedad perenne
de los clásicos. Siempre ocurre. Lo demás, papel mojado, fiebre, sobresalto, post, noticia.
Imperativo mantenerlas como buenamente podamos.¿no?
ResponderEliminarAunque tal vez no sea suficiente :(
Si es suficiente o no, es lo de menos, como bien sabes...
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