viernes, 1 de junio de 2012

Janua inferni

"¡Qué bien se está aquí!"
¿Porque no montamos tres tiendas?
Una para tí, otra para Moisés y
otra para Elías?"
(Mateo 17, 4)





Cautes, peculiar entorchado, señala con claridad que ya estamos muy próximos a atravesar los umbrales de géminis, la puerta del infierno, allí donde el sol, en lo más alto de su carrera ascendente, es detenido y retenido a la fuerza por los dioscuros y doblegado al orden celeste que le impone límites que, por su bien, no debe traspasar.

Terminados sus arduos 12 trabajos previos, Heracles, se predispone a iniciar la última etapa de su periplo heroico, aquel que culmine con su consagración como deidad olímpica, los últimos cien pasos que le separan de su definitivo “estadio”, ser digno de la Región Celeste vedada a los despreciables mortales, convertirse al fin en un Dios.


Londres / Zión conmemora este apoteósico proceso, como anfitrión de esta XXX simbólica tarta, tan laica como mercantil, disfrazada de evento noble deportivo, el próximo 27 de Julio. Países y marcas, valga la redundancia, entablan una incruenta batalla de egos, allí donde Grecia, madre cultural y religiosa del tinglado, anda tan intervenida como alicaída, viendo como se extingue irremediablemente la llama de su gloria pasada, vano socaire frente al mágico vendaval una guerra económica que se pasa por el forro la Eirene Olympika, cegada por el oropel de mezquinos trasuntos cifras y cantidades, hoy tan sobrevalorados.

Pero no adelantemos acontecimientos, desafiando el capricho veleidoso de los dioses. Ahora toca adecentar las criptas, mezclar azufre y cal, y preparar las teas que habrán de iluminar la noche más corta del año, en las llamas de las hogueras purificadoras en honor a Vesta. La tierra misma hecha mágica antorcha, por San Juan, noche donde los nuevos elegidos velarán ebrios y se hartarán de beber de los pechos de Juno/Sothis. El resto, habrá de conformarse con encender la caja tonta, e irse preparando para pasar por “los aros”, ignorantes del resplandor que, como el óleo sobre las barbas de Aarón, derrama la cumbre del Monte Tabor.



Es comprensible que, con la que está cayendo, no quede casi tiempo para semejantes zarandajas y la gente se preocupe más por dónde esconder a salvo los escasos cuartos, que por desentrañar patrañas y desfacer rancios misterios. Es lo que tienen siempre las guerras, que, sorprendentemente,  dejan sin valor, algo tan valioso como el dinero.




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