martes, 5 de junio de 2012

Narcosis de rebaño


“La inteligencia del egrégor
no se sitúa en la media comunitaria general
sino en la de sus más bajos integrantes.”
(Gustav Le Bon, Psicología de Masas, 1896)

“Si la razón es el punto medio…
¿entre qué dos extremos?”
(Aristóteles de Atenas, Lógica)
 
“Para mantener la frágil estabilidad social todo lo posible
en la convergencia de catástrofes de las próximas décadas,
será esencial una cuidad gestión del entertaintment.”
 (Zbigniew Brzezinsky, La Era Tecnotrónica, 1973)





Ya no quedan Miguel Ángeles preparados para deteriorar bloques de mármol, Diegos capaces de manchar así una tela, Migueles emborronando folios ni Juan Sebastianes interrumpiendo al silencio. Qué lejos están ya aquellos días en los que el ser humano se sentía creador de su destino y que las ideas, previamente trasformadas en pasión, movían el mundo y lo hacían progresar. Aquel error colectivo ya no tiene fuerza de verdad. Hoy sabemos que la ciencia –como hizo Morfeo en Matrix- nunca prometió la paz o la felicidad, sólo la verdad, la exactitud, el dato. Que las ideas envejecen más pronto que un trend topic. ¿Sabemos? ¿Qué sabemos del Narcan®?

Con las neuronas convertidas en teflón, la vida del infra ser humano actual trascurre entretenida, entre digestión y digestión, ajena a la oscura miseria que le rodea, a la corrupción generalizada y jerarquizada de los “electos” que fingen gobernarle cuando sólo le vampirizan, alimentando de continuo y estratégicamente sus sueños de filias y fobias, pero mesándose los cabellos y rasgándose las vestiduras cuando, bajando la necesaria guardia –como recién le ha ocurrido a la Casa Real y la suprema cabeza de nuestra insigne y sacra Judicatura- se le ven las descaradas mañas (y el culo, de paso). Nada tan valioso como distraer la atención del rebaño, antes de cada “operativo”.

Fascinados por el prefabricado diseño del ensueño, nuestras vidas reales transcurren -y finiquitan- en un segundo plano, ajenas al hediondo proceso de la putrefactio. Y nadie quiere verlo. ¿Quién soy yo, auto proclamado agorero vigía de las postrimerías, apologista ciego, detractor sistemático, para reprochar a nadie su búsqueda desesperanzada de una nueva dosis de su analgésico favorito, en un intento vano por periclitar el sinsentido del dolor, la nausea?

Sin tiempo ya para la liturgia de rasgar el opecarpo, bendito sea el método Gregory. La prisa nos robó el dulce éxtasis de la magia de su flor blanca, violeta o fucsia de tornasolados pétalos. No queda paciencia con que aguardar la alquimia de la pegajosa resina marrón que ofrecía a su curso el exudado blanco y lechoso de su divino latex.

Aquietado así el virus de la mente moderna, verdadero activo tóxico de nuestro siglo, prosigue lento el rito, se restablece el juicio, allí donde es la naturaleza divina quien ostenta la corona y manda. Tiránica serenidad sin nubes. Alzado el telón, se trasparenta al fin el decorado y surge prodigiosa la Conciencia. Exquisita parsimonia. Todo está bien. Conforme a lo legislado, todo en orden. No moverse. No pensar. Suspendidos en "twilight zone", mundo intermedio entre el sueño y la vigilia. Así pasan la mayor parte de los borregos la anécdota de sus miserables vidas, aguardando el sacrificio, listos para el holocausto final. Dichosas las cabras, que aún pueden tirarse al monte...



 

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