jueves, 21 de junio de 2012

Tremor in statu nascendi


“Lo que otorga voraces alas y esparce el veneno del Mal
no es tanto la verborrea falaz y la acción perversa de sus fieles sicarios,
como la pasividad y silencio de los que quieren pasar por buenos
cuando no son más que una pandilla de amedrentados vagos.”
(La “verdadera” frase que inspiró a Gandhi)

“Pedro, el romano, le seguía de lejos,
presto a traicionarle tres veces,
antes del canto del gallo.”
(Lucas 22, 54-62)






¿Dónde situar ahora el listón de lo humano? Por mor de recortes y ajustes presupuestarios, ¿habremos de conformarnos con un bogavante o mero sucedáneo? ¿Quién puede arrogarse calidad suficiente para certificar en otros calidad humana? Ciertamente, me considero el menos indicado para juzgar si soy el indicado para juzgar. “Ignorado, desorientado, contaminado, aburrido, desconocido, poco atrevido como cualquiera”, también pude -más de una vez y más de dos, detener mis “pequeñas injusticias” hacia los semejantes y preferí salir impune e indemne (creerlo al menos) y no hacer nada, dejando el asunto en manos de otros más valientes, justos y sabios.


Muchas personas son las que han caído en el error de abandonarse al ritmo desolador y vertiginoso que exigen los agitados tempos seculares, desoyendo la pauta serena de su propio corazón. Únicamente el corazón proporciona el coraje, la intrepidez y el denuedo de seguir en el camino, desoyendo la racional cautela, incluso en las más difíciles circunstancias. Sólo el corazón nos da la fuerza necesaria para asumir que la gente no suele decirnos a la cara lo que verdaderamente piensa o teme de nosotros, se limita a impedir que nuestra vida progrese más allá de sus mezquinos intereses.



Labrar la propia vida sin transgredir la lealtad debida al Alma, incluso en circunstancias menos adversas que las actuales, siempre ha resultado un reto difícil. Quien ha vivido varias vidas lo sabe aún con mayor certeza. En la medida que tuve desarrollada mi atención primera, siempre puse la capacidad de sospecha y el recelo al servicio de la voluntad de no ser dominado por el permanente afán inquisitorial de los intereses ajenos que me salían al paso, tarea fácil, toda vez que éstos, sobresaltados el espejo de mi Alma, huían desenmascarados.


Ahora me contento con dar rienda suelta a mi vanidad a través de un blog e imaginar que alguien pierde su tiempo recalando en él, e incluso se toma la molestia de sopesar si cabe destilar alguna razón entre tanto desvarío. Reivindico mi pequeño espacio virtual y mi legítimo derecho a profesar el esperpento minoritario y la sutil rareza de lo tradicional en estos vacuos tiempos que me contagiaron. Mi derecho a la irreverente anormalidad. Convencido de los privilegios de transcurrir al margen, empeño mi energía en restituir verdad a la palabra, aunque no de forma totalmente desinteresada, como hipócrita presumo.





Distraído, entretenido en el vano esfuerzo de evitar ser neutralizado por cualquier forma de distracción o entretenimiento, paso mis fecundas noches y anodinos días, como cualquier otro subhumano del montón, y asumo mi vocacional pertenencia a la chusma agónica. Uno más para fijar rédito eficaz al Mal que asola el mundo, e instaurar su permanente Reino, desde el esfuerzo y servicio “desinteresado”. Me obstaculizo, impido, contengo y autocensuro como el que más. Usos y costumbres. Debe tratarse de esta gripe de desconfianza que ya resulta pandemia: “Tremor in statu nascendi”  la etiquetan los expertos. Y es que la sub-humanidad no tiene más vacuna que la propia autocura. La coartada del des-ánimo, además de sutilmente paralizante, desvela nuestra total carencia de Alma. Y así no hay libertad ni “liberación” ni “satori” ni “nirvana” que valga. Sólo una pose espiritual que no merece alabanza genuina.



Carente ya de proyectos, mi vida no resulta ya una amenaza. Reconfortado en el cálido exilio de quienes aún demuestran que les importa que me importen, entiendo que el ostracismo del mercado recompensa con creces las cuitas pasadas, actúa de bálsamo cicatrizante, serena y clarifica la mirada.  ¡Marca el paso, sigue latiendo, corazón! Una nueva muerte necesaria y certera te aguarda. No hay huida posible, ni dónde esconderse, ninguna hoguera calentará el frío que asedia tu alma…



Antes de iniciar el proceso sumario que terminaría con su crucifixión, en la sobremesa de la última cena, el Maestro, adecuado listón de lo humano, quiso darles los últimos consejos a su “desconcertada tropa”: “Habladles con parábolas. Creedme. En verdad, en verdad os digo, que nada trastorna el corazón mezquino y, resucitándolo, le devuelve a la vida como una buena historia”. Y ahí andamos, tratando de progresar adecuadamente en el Arte de des-helarte el Alma. Quizá en vano. Quizá en vano. Quizá.






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