“Lo que otorga voraces
alas y esparce el veneno del Mal
no es tanto la
verborrea falaz y la acción perversa de sus fieles sicarios,
como la pasividad y silencio
de los que quieren pasar por buenos
cuando no son más que
una pandilla de amedrentados vagos.”
(La “verdadera” frase
que inspiró a Gandhi)
“Pedro, el romano, le
seguía de lejos,
presto a traicionarle
tres veces,
antes del canto del
gallo.”
(Lucas 22, 54-62)
¿Dónde situar ahora el listón de
lo humano? Por mor de recortes y ajustes presupuestarios, ¿habremos de
conformarnos con un bogavante o mero sucedáneo? ¿Quién puede arrogarse calidad
suficiente para certificar en otros calidad humana? Ciertamente, me considero
el menos indicado para juzgar si soy el indicado para juzgar. “Ignorado,
desorientado, contaminado, aburrido, desconocido, poco atrevido como cualquiera”,
también pude -más de una vez y más de dos, detener mis “pequeñas injusticias”
hacia los semejantes y preferí salir impune e indemne (creerlo al menos) y no
hacer nada, dejando el asunto en manos de otros más valientes, justos y sabios.
Muchas personas son las que han caído
en el error de abandonarse al ritmo desolador y vertiginoso que exigen los agitados
tempos seculares, desoyendo la pauta serena de su propio corazón. Únicamente el
corazón proporciona el coraje, la intrepidez y el denuedo de seguir en el
camino, desoyendo la racional cautela, incluso en las más difíciles
circunstancias. Sólo el corazón nos da la fuerza necesaria para asumir que la
gente no suele decirnos a la cara lo que verdaderamente piensa o teme de
nosotros, se limita a impedir que nuestra vida progrese más allá de sus
mezquinos intereses.
Labrar la propia vida sin
transgredir la lealtad debida al Alma, incluso en circunstancias menos adversas
que las actuales, siempre ha resultado un reto difícil. Quien ha vivido varias
vidas lo sabe aún con mayor certeza. En la medida que tuve desarrollada mi
atención primera, siempre puse la capacidad de sospecha y el recelo al servicio de
la voluntad de no ser dominado por el permanente afán inquisitorial de los
intereses ajenos que me salían al paso, tarea fácil, toda vez que éstos, sobresaltados
el espejo de mi Alma, huían desenmascarados.
Ahora me contento con dar rienda
suelta a mi vanidad a través de un blog e imaginar que alguien pierde su tiempo
recalando en él, e incluso se toma la molestia de sopesar si cabe destilar
alguna razón entre tanto desvarío. Reivindico mi pequeño espacio virtual y mi
legítimo derecho a profesar el esperpento minoritario y la sutil rareza de lo
tradicional en estos vacuos tiempos que me contagiaron. Mi derecho a la
irreverente anormalidad. Convencido de los privilegios de transcurrir al margen,
empeño mi energía en restituir verdad a la palabra, aunque no de forma
totalmente desinteresada, como hipócrita presumo.
Distraído, entretenido en el vano esfuerzo de evitar ser neutralizado por cualquier forma de distracción o entretenimiento, paso mis fecundas noches y anodinos días, como cualquier otro subhumano del montón, y asumo mi vocacional pertenencia a la chusma agónica. Uno más para fijar rédito eficaz al Mal que asola el mundo, e instaurar su permanente Reino, desde el esfuerzo y servicio “desinteresado”. Me obstaculizo, impido, contengo y autocensuro como el que más. Usos y costumbres. Debe tratarse de esta gripe de desconfianza que ya resulta pandemia: “Tremor in statu nascendi” la etiquetan los expertos. Y es que la sub-humanidad no tiene más vacuna que la propia autocura. La coartada del des-ánimo, además de sutilmente paralizante, desvela nuestra total carencia de Alma. Y así no hay libertad ni “liberación” ni “satori” ni “nirvana” que valga. Sólo una pose espiritual que no merece alabanza genuina.
Carente ya de proyectos, mi vida
no resulta ya una amenaza. Reconfortado en el cálido exilio de quienes aún demuestran
que les importa que me importen, entiendo que el ostracismo del mercado
recompensa con creces las cuitas pasadas, actúa de bálsamo cicatrizante, serena
y clarifica la mirada. ¡Marca el paso,
sigue latiendo, corazón! Una nueva muerte necesaria y certera te aguarda. No
hay huida posible, ni dónde esconderse, ninguna hoguera calentará el frío que
asedia tu alma…
Antes de iniciar el proceso
sumario que terminaría con su crucifixión, en la sobremesa de la última cena,
el Maestro, adecuado listón de lo humano, quiso darles los últimos consejos a
su “desconcertada tropa”: “Habladles con parábolas. Creedme. En verdad, en
verdad os digo, que nada trastorna el corazón mezquino y, resucitándolo, le
devuelve a la vida como una buena historia”. Y ahí andamos, tratando de
progresar adecuadamente en el Arte de des-helarte el Alma. Quizá en vano. Quizá
en vano. Quizá.
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