lunes, 11 de junio de 2012

Qtub


 “Guarda silencio sobre el camino, sepas lo que sepas.
Deja que la sabiduría brote en su corazón
del roce con la vida, del sacrificio cotidiano.
A los que fueron puestos a tu lado por la divinidad,
nada enseñará mejor a andar a tientas
que el lento caminar de tus sabios pasos.”
(Virgilio a Durante, en el Infierno)

"El día que ya no quede un ser humano con Aliento,
se quebrará el Cielo entonces, de tan frágil."
(Qurân 69, 16)






El Shaykh al-akbar nunca reconoció la autoría de ni una sola línea de obras tales como sus “Revelaciones de  la Meca”, sus “Engarces de Sabiduría” ni tampoco de su “Morada Polar”, dado que él los considera totalmente inspirados por entidades sobrehumanas que le habían elegido como su fiel y humilde transmisor.

Al Polo (Qtub) le cabe tradicionalmente la custodia de la integridad del mundo. Preside el gobierno en la sombra (Diwan al-Awliya) que ejerce sobre nosotros el influjo de su soberanía espiritual (at-tasarrufbi-l-himma) controlando su devenir mediante lo que se denominan “acciones y reacciones concordantes” con la Voluntad divina. Son su brazo ejecutor sobre humano: la fuerza de la Ley Eterna Natural, Sanathâna Dharma.


El Qtub, Enoch (Idris), Señor del Instante, se asienta sobre tres inmortales “Pilares” o “Columnas” (awtâd) de la tradición islámica, dos imám o nuncios laterales, Elías/Jakim (Ilyâs), Jesús/Boaz (‘Isa) y en el intersticio central “el Verde” (Khidr). Todos ellos actúan como soporte vivificador de los centros espirituales terrestres “secundarios”. Esta idea de “centro” trascendente la encontramos presente a su vez en otras distintas formas adscritas, como la islámica, al núcleo de la Tradición Unánime, también llamada Primordial.





Así encontramos lugares que fueron preservados de la caída humana y custodian celosos las vías de su regreso a la Fuente: La Tule hiperbórea, el Airyamem Vaêja mesopotámico, el Paradêsha o Agartthi hindú, la Tierra de Luz de los vivientes e inmortales del taoísmo. Formas que no pueden ser vindicadas por ninguna confesión institucional o patente espiritual, pertenecen al género humano, son patrimonio exclusivo esencial de la entera humanidad: su necesario atributo.

Los largos caminos que preceden a la meta requieren hacerse por etapas, recalando en aquellos benévolos lugares más propicios para la “parada y fonda”, pero transitorios siempre, aunque de paso necesario. No hay en ellos nada dispuesto al azar, todo responde a la más estricta funcionalidad para garantizar el pronto restablecimiento de fuerzas y la consiguiente reanudación del viaje. Tal eficaz disposición hace de ellos providencial etapa, en ellos se resume todo el fatigoso bagaje previo y las vicisitudes acumuladas durante el tránsito, aquellas que nos califican como experimentados o, en su defecto, nóveles viajeros. Pues es la función de viajero la que importa, y no tanto el grado alcanzado.


Lo que hace cumplir a la perfección su función al recipiente, no es tanto la forma estética que tenga, como su total capacidad -sin fisuras ni grietas- de previo llenado y posterior vaciado. Así custodia la jarra de alabastro todas las sutiles esencias del embriagador nardo. Es allí donde se guarda y protege su arrebatador perfume, es allí -en ese recipiente prodigioso- donde será necesario buscarlo. El arte de la escucha, la ardiente llama de la atención en el corazón.




"En mi cama en la noche,
eché a faltar al amor de mi Alma:
lo busqué y no lo encontré.
Me levanté, recorri sin éxito la ciudad
deambulando por calles y plazas,
 en vano interrogué a los guardias...
Más, apenas los pasé, ¡vaya si le encontré!"
(Shir Ha Shirim 3, 1-4)








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