"Quizá no te de tiempo a ver el resultado.
Quizá esté más allá de lo que ahora eres capaz.
Lo que importa es la acción:
haz lo que debes."
(Mohandas Karamchard Gandhi)
"Hace días que no sé cuántos días hace.
Hace días que me digo... mañana
y espero."
(Joan Manuel Serrat, Helena)
A la
mayor parte de los arquitectos de este mundo les desagrada que los forasteros
entren, como Pedro, por su casa, sin pedir permiso. Así establecen numerosos
cercos de seguridad, a distintos niveles. No cabe atribuir a la paranoia tal
actitud de desconfianza. Antes bien, parece legítimo dicho deseo de preservar,
junto con la del habitáculo, su intimidad.
El uso
de Internet y de cajeros automáticos nos tiene bien acostumbrados al uso de
claves y contraseñas. La criptografía actual es una disciplina emergente, no
sólo al alcance de los servicios de inteligencia estatales o transnacionales.
La seguridad nos parece a todos un asunto de lo más prioritario.
Como
bien nos recuerda el Cantar de los Cantares, la inefable experiencia de entrar
en los aposentos de palacio es un asunto reservado para pocas y, no digamos, pocos.
Con lo fácil que resulta confundir el mármol con el agua, lo más probable es
que muchos aventurados viajeros terminen su odisea con el culo al aire o, lo
que no se sabe si es peor, consumidos por el purificador fuego.
Sin desdeñar la innegable utilidad de nombres, himnos,
lemas, pases, contraseñas, passwords, keywods, logins, llaves, ganzúas, sigilos,
consignas, marcas, oraciones, jaculatorias, sellos, salvoconductos, licencias,
patentes, combinaciones y permutaciones imposibles, y demás santos y señas, la
pureza de corazón es la clave maestra que otorga el valor necesario para
afrontar con total éxito todas las pruebas, incluida la laberíntica escitala
espartana de Ulam. Los demás habrán de contentarse con el resplandor del Rostro
(Sar ha-anim), allí donde no valen tanques, misiles crucero ni palancas. Sólo
quien regresó indemne y en paz lo sabe: "¡Ábrete, sésamo!"
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