“Al ver su sombra desde
el celeste vuelo,
algunos pájaros creen
que se siguen
arrastrando por la
tierra.”
(Marsilio Ficino, Ad Hominum
Genum)
“El Alma actúa sobre el
cuerpo y le modela,
así nuestros actos son
su sombra:
en modo alguno se
limita o circunscribe a él.”
(Giordano Bruno, De Magia)
Plotino coloca al Alma en el centro mismo de la realidad, allí
donde hoy nuestra avanzada ciencia no sitúa sino el soma neuronal, la physis
bioquímica o la polis sociológica. Muy por
el contrario, el autor de las Eneadas la sitúa así en la categoría de Principio
(arch) autónomo y la atribuye una
fuerza (dunamis) causal propia. Como
repiten Ficino y Bruno, son las sombras de las ideas las
que otorgan alguna realidad y forma a las cosas. El universo físico es una
suerte de “engendro mental”. Afirmaciones como ésta resultan repulsivas a
cuantos han sido abducidos por el cliché de la modernidad tecnocrática,
inconscientes de la luz que crea la
sombra de su actual ceguera y la torna -“hace”, “modela”, “construye”-
real.
Al preguntarnos sobre la
naturaleza del Alma, más nos valdría reflexionar sobre la esencia de aquello
que es otorgador de naturaleza, es decir, trabajar a la inversa, ponerlo todo “patas
arriba”. Entender que lo que llamamos tejado, no es sino la quilla de una nave
celeste que fue concebida para surcar los cielos, no para afincarse en réditos bien
terrenales. No se hizo el barco con la intención de mantenerlo permanentemente
atracado a puerto. El puerto no es sede, sino tan sólo punto de partida. La
llegada es “otra cosa”.
La verdadera psicología (ciencia
del Alma), conduce inexorablemente a la teología (ciencia de lo divino), de la
que se regresa filósofo (amado por la Sabiduría) con una ética y estética que
sólo resultan familiares a quienes han saboreado el tránsito en primera persona
y murieron tras la experiencia. No se puede llamar mero “psicologismo” a un
viaje que ha de comenzar necesariamente en el descubrimiento del puerto del
propio Alma, que tiene en la sombra del Alma que somos cada uno de nosotros, su
verdadero origen. Como descubrió Marco
Polo, algunos prefieren el relato del viaje a sus riesgos y penurias, para
así presumir que alguna vez viajaron, cuando su vida no tuvo más aventura que los
intersticios de su propia farsa. Tuvo más suerte el pájaro de la cita, ya que
aquel al menos volaba. Estos creen hacer ciencia, cuando sólo se arrastran. Más
les valdría a los nuevos aprendices de psicólogo dejarse de actos reflejos, umbrales de percepción y recurrencias estadísticas, de obcecarse en acumular hechos y datos "objetivos"... y empezar a leer a Plotino.
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