lunes, 18 de junio de 2012

De umbris idearum


“Al ver su sombra desde el celeste vuelo,
algunos pájaros creen que se siguen
arrastrando por la tierra.”
(Marsilio Ficino, Ad Hominum Genum)

“El Alma actúa sobre el cuerpo y le modela,
así nuestros actos son su sombra:
en modo alguno se limita o circunscribe a él.”
(Giordano Bruno, De Magia)





Plotino coloca al Alma en el centro mismo de la realidad, allí donde hoy nuestra avanzada ciencia no sitúa sino el soma neuronal, la physis bioquímica o la polis sociológica.  Muy por el contrario, el autor de las Eneadas la sitúa así en la categoría de Principio (arch) autónomo y la atribuye una fuerza (dunamis) causal propia. Como repiten Ficino y Bruno, son las sombras de las ideas las que otorgan alguna realidad y forma a las cosas. El universo físico es una suerte de “engendro mental”. Afirmaciones como ésta resultan repulsivas a cuantos han sido abducidos por el cliché de la modernidad tecnocrática, inconscientes de la luz que crea la sombra de su actual ceguera y la torna -“hace”, “modela”, “construye”- real.

Al preguntarnos sobre la naturaleza del Alma, más nos valdría reflexionar sobre la esencia de aquello que es otorgador de naturaleza, es decir, trabajar a la inversa, ponerlo todo “patas arriba”. Entender que lo que llamamos tejado, no es sino la quilla de una nave celeste que fue concebida para surcar los cielos, no para afincarse en réditos bien terrenales. No se hizo el barco con la intención de mantenerlo permanentemente atracado a puerto. El puerto no es sede, sino tan sólo punto de partida. La llegada es “otra cosa”.

La verdadera psicología (ciencia del Alma), conduce inexorablemente a la teología (ciencia de lo divino), de la que se regresa filósofo (amado por la Sabiduría) con una ética y estética que sólo resultan familiares a quienes han saboreado el tránsito en primera persona y murieron tras la experiencia. No se puede llamar mero “psicologismo” a un viaje que ha de comenzar necesariamente en el descubrimiento del puerto del propio Alma, que tiene en la sombra del Alma que somos cada uno de nosotros, su verdadero origen. Como descubrió Marco Polo, algunos prefieren el relato del viaje a sus riesgos y penurias, para así presumir que alguna vez viajaron, cuando su vida no tuvo más aventura que los intersticios de su propia farsa. Tuvo más suerte el pájaro de la cita, ya que aquel al menos volaba. Estos creen hacer ciencia, cuando sólo se arrastran. Más les valdría a los nuevos aprendices de psicólogo dejarse de actos reflejos, umbrales de percepción y recurrencias estadísticas, de obcecarse en acumular hechos y datos "objetivos"... y empezar a leer a Plotino.




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