“No puso el Eterno dos corazones,
en las entrañas del hombre.”
(Qurân 33, 4)
“Un suspiro (Alma) tu existencia:
sea en tu favor, no en tu contra.”
(Ahmed ben Aliwa)
Silenciosa pero inexorable, a todo ser
humano le llega una última hora, aquella en la que habrá de recoger –ya sin
excusas- el fruto cierto de sus afanes, que no siempre irá a la par del de sus
anhelos. Por más que así nos parezca, ninguna vida es del todo malgastada. “Nunca el
tiempo es perdido…” nos recordaba la canción.
Cada pulso testificará ese día, cada respiración
será interrogada, cada intención medida, cada pensamiento sopesado. Nada será
despreciado o echado en falta. Todo comparecerá aunando la precisión de la víctima,
el victimario y los testigos de ambos. Finalizada la obra, la neutralidad está
garantizada por la memoria cordial.
Juicio, sentencia y veredicto: todo en un instante
radical, preciso como una espada. Sin miedo. Sin deseo. Nadie guardara, toda
vez que ella hable, recuerdo de esa memoria -tan traidora como creadora-
irremediable. De tanto despreciarlas, nos condenaron las formas, nuestro pecado
no fue menor por transcurrir en un sueño de perpetuos renacimientos. Final y
comienzo, indicios de eternidad. Ahora que ya estamos muertos, sin miedos ni
deseos, trazará el corazón un puente certero sobre el abismo de la memoria. "Nunca el tiempo has perdido..."
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