domingo, 29 de septiembre de 2013

El lamento de Ovidio

“No cabe en mis palabras sino
el secreto que traspasa mi corazón.”
(Ibn Arabí, Intérprete de los deseos ardientes)
 
 “Diles que he tenido una vida maravillosa.”
(Ludwig Wittgenstein)

 

 

Como semillas que esperaran su luna fértil para darse a conocer, así las palabras verdaderas aguardan un desprevenido lector a quien entregar su oculto sentido. Más allá de respirar y alimentarse, la posibilidad de ser quienes necesitamos ser se revela intrínsecamente ligada a la circunstancia de encontrarnos inmersos en la maravilla de un mínimo entorno intelectual y afectivo. Sin esto, relegatus in perpetuum, la vida no es sino devastación, inercia, amargo exilio en cautiverio y desamparo.


Bendito siempre, audisti de malis nostris, el parental Eterno que nos condujo a las hijas del jethro Raguel y nos otorgó el honor de sentarnos a su mesa, apacentar sus rebaños y recibir el amor de Sephora. Ese amor que permite captar el más leve guiño en una vulgar zarza y descalzarse, tras sentir el intenso pálpito de la completud tras ella. Mientras otros endulzan sus mentiras con vocablos de manipulador prestigio para conmover a pusilánimes, ciegos e indolentes, sin otra certeza que la de no ser, aniquilados en él, noli timeres.
 
 

 

jueves, 26 de septiembre de 2013

Canciones Horarias


 
La editorial QyDado, con motivo de la necesaria renovación otoñal, ha tenido a bien publicar un nuevo libro, Canciones Horarias, disponible de forma gratuita y a todo color, para todos los seguidores y seguidoras fieles de este blog, pulsando sobre la imagen de la portada. ¿Quién sabe si emplearán bien sus horas, quienes  se dediquen a su atenta lectura?
 

 

Te ofrecemos el texto de su contraportada, para ver si picas.

"Detente. Pero ¿qué haces? No leas ni una palabra más. Desiste. Prosigue el ajetreo de tu propia vida sin más. No necesitas el lastre innecesario de una nueva lectura con la que cansar tus ojos, un texto vano más en el que arrastrar tu mirada buscando acallar inútilmente el anhelo de tu sed. Cierra este libro y huye, pon a salvo los frágiles resortes que aún preservan tu precaria cordura. ¿Por qué osas desoír la cautela de mi insistente ruego y estimas inútiles todas estas advertencias que no buscan sino aumentar las horas de tu bien?
 
 Misterios de la psicología inversa, a menudo solemos caer en la tentación de adentrarnos en la oscura tiniebla de procelosos mares, abandonando la certera protección de la orilla, dando más crédito al súbito delirio de un trastornado corazón frente a los cálculos más razonables del sentido común, que nos garantizan seguridad y sosiego en el previsible cotidiano. Sea pues, y zarpa, allá donde quiera que te lleve la lectura, pues has decidido afrontar la aventura de tu última hora, entre estas páginas. Ten por seguro que no saldrás vivo de este libro. Si no, al tiempo…" (Contraportada)

 

martes, 24 de septiembre de 2013

Levanah


“Oh Fortuna, cambiante Luna!
Siempre creces o menguas.
Odiosa vida, tan pronto dura
como luego favoreces al tahúr.
Pobreza y poder, todo fundes cual hielo.”
(Carmina Burana)
 
“Hasta el más puro de corazón
que en la noche susurra piadoso sus oraciones,
florecido el acónito, radiante la Luna,
puede tornarse destructor Lobo
de todo cuanto ama.”
(Tradicional gitano)

 


Cuando traspasamos nuestra zona de confort y nos adentramos en la de aprendizaje, nunca sabemos lo que vamos a encontrar. Nuestro propósito es deficiente; nuestra intención vaga, a la espera de ilusorias recompensas que nunca llegarán sin el pago de nuestro esfuerzo constante.


Aprendemos así, poco a poco, lentamente, a trompicones, cada vez un poco y otro poco más. Nunca es como al principio habíamos imaginado, por lo que sentimos un miedo tan real como indescriptible, en la certeza de que algo está muriendo –quizá de manera irreparable- en nosotros.

 
 
Cada progreso se transforma así en una trampa, un crucial atolladero, una batalla interminable dentro de nosotros que inmisericorde nos reclama: “Con lo bien que estabas, ¿quién te mandaría adentrarte en semejantes berenjenales? (Con lo bien que estabas)”.

 
El miedo, siempre el miedo, nos enreda el alma a cada paso, zancadillea cada latido, ensombrece cada esperanza. Nos desanima, nos paraliza, nos detiene. Nos asusta, nos derrota e incansable al desaliento termina por  vencernos. Al menos, eso es lo que busca, lo que da sentido a su afán.

 
Podemos estar bañados en el miedo, sin que por ello debamos en ningún caso de finalizar nuestro aprendizaje, aquel que nos conduce a la zona ignota que anhelamos, nos adentra en el misterio. Vencido el miedo nos atenaza aún un enemigo mayor, la ilusión de claridad, el espejismo de apresurarnos tras una certeza irreal. Quien venció su miedo debe ahora desafiar su prisa, esperar con paciencia y medir con discernimiento cada nuevo paso. Quien sabe que no sabe, todo lo puede a su antojo. Su deseo es ley.


Es el poder el mayor enemigo. Así, quien vence su miedo y comienza a dar pasos calculados, termina promulgando leyes. Alguien tan poderoso, que se ha rendido al poder, es más esclavo que dueño de su destino. Y aún queda un enemigo más, quizá el más cruel, ya que, invencible, sólo puede ser ahuyentado un instante: el tiempo.


Cuando ya no tienes miedo, tu claridad es paciente y ya todo tu poder se encuentra bajo control, sentirás deseos de descansar y tirar la toalla desde un alma envejecida. ¡Sacude tu cansancio y vive tu misión hasta el último de tus días, hasta el último aliento! Sólo entonces habrás honrado el don de conocer y habrás sabido merecerlo.
 
 
 

domingo, 22 de septiembre de 2013

Perlas de Indra

“Los dioses que rigen la vida son los metros:
todo se sostiene aquí y ahora gracias a ellos.”
(Rig Veda)
 
“La trama sobre la que todo se teje
(incluso el akásico campo escalar)
es la medida, verdadera sílaba divina.”
(Yajnavalkya, Shatapatha Brahmana)

 


Si la felicidad es tan contagiosa, como ahora dicen, rodearse de personas felices aumentaría considerablemente nuestra probabilidad de contraer tan fatal enfermedad y mostrar así sus perversos síntomas: la sonrisa natural, la perseverancia, la capacidad de encontrar el lado positivo a cada situación y celebrar los pequeños triunfos cotidianos, el gusto por los placeres sencillos, por hacer el bien y ayudar al prójimo desconocido, dejándose llevar por la buena música y las conversaciones de corazón a corazón, donde escuchar al otro significa desconectar del torrente dominante y detenerse a bucear en su mirada con la nuestra, desde un mismo y único espíritu, caminando, riendo y soñando en un sendero de vida compartida.

Ya no sería necesario ver películas tristes, comer carne roja, pelear con nuestros músculos hasta caer rendidos en el gimnasio, viajar en metro o tener que pensar siquiera en nuestra condición mortal nunca más. Si la felicidad fuera tan contagiosa, podríamos tener incluso la alucinación de encontrar un Buddha en el camino y, como señalan los sabios Zen, tendríamos que armarnos de suficiente valor para... matarlo. Después de todo ¿quién quiere ser esclavo de su felicidad?

 

 
 
 
 

El grito de Isfendiar

“Tus garras no pueden hacerme mal alguno,
Ghuleh, aunque amontonases montañas de hierro.
Vuelve a tu forma real y te hablaré con mi espada.”
(Firdusi, Sha Na Meh)

 




 
 
Muerto ya sobre su trono y apoyado aún sobre su cayado, los genios a los que esclavizó la magia de Salomón y que no fueron encerrados en vasijas lacradas con su sello, aunque presumían de conocer lo oculto, siguieron trabajando dóciles y atemorizados. Sólo cuando la carcoma deshizo el cetro real, fueron conscientes del macabro engaño.

La nobleza diabólica de estos príncipes, duques y reyes encadenados por el lazo invisible de su soberbia era, pues, de pacotilla. Qué fácilmente supo ver el Sabio que tras la aparente genialidad se escondía una debilidad cuyo potencial supo aprovechar en la construcción del reino. La fuerza del conjuro no era sino la de, ars goetia, conocer el nombre-lazo.

No importa la camaleónica forma que adopten, si tu oración no extravía su atención e intención. No te distraigas. Velar… velar lo es todo.

 

jueves, 19 de septiembre de 2013

Intención exterior


“El frio nos envuelve en su realidad,
nos atrapa, como a la flor perenne
de nuestro jardín.”
(Nadeem Aslam)
 
“No es fuerte quien agrede,
sino quien sabe mantener a raya su enojo.”
(Al Bukhari)

 

 
 
Conseguir recordar nuestro origen unitario venciendo la propia densidad y el péndulo del extravío exterior es una proeza reservada a unos pocos, bien armados de voluntad, disciplina, paciencia y guía certera para transitar por el laberíntico escenario. Los demás vagabundean a trompicones en el olvido de la intención interior, que no es sino dócil y cómodo autoengaño, prefiriendo ocultar que “yihad” no es guerra, sino esfuerzo y servicio desinteresado.

 
La solución no está en el aislamiento eremítico. Si hemos de hacer caso a Filón, los esenios no vivían retirados en cuevas sino que, muy al contrario, su modo de vida comunitario se desarrollaba en ciudades o poblados rurales, distribuidos en en Thiasoi, Hetairíai y Syssítia, ocupando su vida en todo lo relativo al bien común. Afortunadamente, no hemos inventado nada y la sabia misericordia siempre derrota al rigor, pues nunca actúa bajo el brutal dominio del enojo.
 
 
 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Superbia


 


"El prestigio (temor) ciudadano
es el oxígeno de cualquier Estado."
(Nicolás de Maquiavelo)
 
"Hoy la historia se vive sólo con los ojos,
y ya no existe una verdad que no se revele con una imagen."
(Manuel Vicent)





El viaje de Abraham es la crónica simbólica del periplo de todo ser humano en la búsqueda de sí mismo. Hace once mil años, los cazadores-recolectores del Neolítico encontraron "entre ríos" una gran llanura fértil en la que cómodamente poder asentarse. Aprendieron a secar, salar y prolongar la duración nutritiva de lo cazado. Descubrieron el poder oculto en la semilla y el modo de domesticarlo. No cabe mayor paraiso que el de la abundancia.

La inteligencia que se sabe creada por una Inteligencia creadora, no puede dejar de encontrar los mejores modos (diferentes) de honrarla, en un primer término en arameo, la lengua de Abraham y la de Jesús. La soberbia inteligencia que así desprecia su origen, y se arroga ser centro, ya ha sido arrojada del Edén antes de ser arrojada. Aquel que pretende llegar a ser como Dios no es sino porque desconoce que ya es uno en Él. La serpiente sabe que ha olvidado.

Separar aquello que en origen no está sino unitariamente confundido fue el Origen, el trágico nacer de la soberbia inteligencia, esto es, de la destructiva ignorancia. Si la envidia y la ira son el germen tóxico del humano extravío, ¿dónde encontrar un íntimo sendero de vuelta?
 
 
 

jueves, 12 de septiembre de 2013

Interminable peregrinar


“Dado que llevamos en nuestro corazón el Universo
no encontramos sino lo que esperamos encontrar.”
(Shams de Tabriz, Maqalat)

“Aquellos días eran tan terribles
que hasta los amantes
olvidaban amar.”
(Saadi de Shiraz, Gulistán)

 



Estoy cansado. Son demasiados años reivindicando la ética del deber tras el cultivo de la propia virtud sin dar ejemplo de ello. La incoherencia agota a cualquiera. Vago sin rumbo por la inmensidad de una vida que me mantiene rehén y se resiste a disolverme, benefactora, en ella. Ya no tengo fuerzas para rebuscar en el cajón de sastre de mi alma alguna cosa que contar entre tanta telaraña. Koiné sui géneris de palabras gastadas y retorcidas hasta la extenuación, nuestra vanidad ganó la batalla al espacio teofánico, la doblez sepultó la magia de la lingua franca. Mi tiempo y recorrido se agotan. Poco más queda ya por decir. ¿Quién podría soportar un jardín frutal sin el canto de los pájaros, sin la inutilidad de las rosas? Dolor y alegría, seguid sin mí, pero seguid.
 
 
 

martes, 10 de septiembre de 2013

Shekhiná

“Buscando refugio
se encarnó la palabra.”
(Juan 1, 14)
 
“Teteléstai"... Parédoken to pneûma.
(Juan 19, 30)

 

 
En el camino inicial de auto perfeccionamiento, retruécanos aparte, se requieren y son necesarios, como el tránsito por cualquier otro sendero, planteamientos previos a la plasmación definitiva de la intención, técnicas con las que implementar la estrategia amatoria, pues no se consigue culminar aquel sin el concurso transmutatorio del amor.

La práctica sacramental de la amatoria reunión, hito que eleva en nosotros el Espíritu, palanca que rasga el velo de lo aparente, peldaño que obra el prodigio de la la transformación, constituye la llave maestra para abrir, desde una renovada y renacida consciencia, la mirada. Mirada y consciencia que, no podría ser de otra manera, son así despreciadas y quizá hasta ridiculizadas por la severa inopia de cuantos y cuantas las ignoran.
 
Por encima de vanos voluntarismos, sólo el amor nos despierta y abre a la verdadera experiencia del amor, allí donde hasta el menor gesto, hasta el más aparentemente insignificante, incluso el más escatológico, se haya así siempre inmerso en el más imperceptible escenario del campo escalar, y allí se descubre necesario vehículo de la Presencia: sagrado. Plenamente vigilantes, humildes y abatidos, no es posible superar y sublimar el mundo en Reino sino a su través.
 
 
 

domingo, 8 de septiembre de 2013

Veneno apacible

“Así como nunca se arrebata la oscuridad a los dos mundos,
la oscuridad del alma iniciada, a caballo entre ambos,
majestuosa, silente y sabia, es la oscuridad suprema.”
(Mahmud Shabistari)
 
“Rester soi-même.”
(Michel de Montaigne)

 



 
Quiere nuestro hiperactivo siglo XXI impedirnos seguir siendo nosotros mismos tras la usura de la cronometración vital, allí donde ya no queda tiempo ni para la reflexión sedente ni para la itinerante, aquellas donde se rumian y caminan los pensamientos. En el estrecho lapso de una serie, de una partida de Angry Birds, de un apresurado vistazo por los titulares digitales, el timeline del Twiter o el muro del Facebok, pocos frutos magistrales cabe esperar de esta deslumbrante, vertiginosa y aciaga época. Sin espacio para la reflexión y el silencio, estamos pues abocados a un mundo sin aristas ni artistas.

 
 

Señalaba el maestro Manuel Vicent nuestro actual desinterés por el amanecer que se extiende centelleante sobre el mar, el oro cegador sobre los rastrojos que nos regala la siega de agosto, el que madura en los membrillos por el temido San Martín porcino, el que relumbra al viento en la podredumbre de la hojarasca otoñal, en el sillar románico que enciende el sol a media tarde, el las obras de Klimt y Matisse, en las letras capitulares de los códices de vitela, aquel oro que nos envuelve como una dádiva, al cero por ciento de interés,  en el mosto que fluye al final de la vendimia y que sabe dorar el crepúsculo en la copa que llevamos, ya sabios,  de la mano a nuestros impacientes labios, mientras aguardamos la promesa del brillo solar, que reestrena la vida para nosotros, cada mañana.

 
 

El oro esencial que entrega la mirada serena sobre las “Oras” no es el oro por el que se afanan y pleitean los voraces mercados. Una mirada que verá trocar en nosotros deseos y necesidades artificiosamente construidas por otras quizá más genuinas por las que sí merecerá la pena tu batallar, por las que tendrá sentido y será necesario derrochar el efímero caudal de una vida, agotar el propio camino que crearon, en su solitario andar, tus pasos. Bien mirado ¿cabe mayor codicia que la de marcarse y seguir el propio rumbo, en ese estado de consciencia crepuscular donde las cosas no son sólo posibles o simplemente probables, sino inevitables, necesarias? Aún puedes rescatar tu tiempo de la cadena de la prisa, de la impostura impuesta. Festina lente.
 
 
 

¿Te acuerdas?


“El mirto y el acanto me engañaron,
me engañó el corazón de la granada.”
(Antonio Gala, Soneto de la Zubia)
 
“Quien no pagó el precio de su felicidad
así se condenó a ser y morir infeliz.”
(Yevgeny Yevtushenko, Mentiras)

 




 
El precio de todo suele ser su contrario: trae vida la muerte, sinsentido la normalidad consentida, amor el aciago desamor. La urdimbre lunar que teje el tapiz del otoño sobre la predecible trama solar, nos dibuja ya el ala diestra de Miguel, aquella que sombría se cierne sobre su amenazadora espada, tal y como suele hacerlo siempre el macrocosmos sobre el microcosmos.

Nuestra soberbia que suele admirarse con la parte, desprecia la paciencia que sabe aguardar al todo, espejo mágico en el que se refleja y renueva, holón anidado y anidador, el instante de cada universo. La paciencia que sabe quitarse de en medio, para no estorbar ni interferir la fidelidad del trabajo especular. Todo lo creado parece un todo, si se mira desde dentro, pero, ya desde fuera de sí, se reconoce parte de un todo mayor. Ambos (el todo ascendente y sus descendientes partes a imagen y semejanza) trabajan como unidad. La más insignificante de las partes tiene una esencial tarea que realizar, quizá la más decisiva y fundamental para contribuir al éxito del soberano conjunto. No puede haber ningún fallo. El campo escalar garantiza que no haya partícula que se salga del guión, ni siquiera aquellas destinadas a improvisar.

Nuestro corazón se asoma asombrado a esta prodigiosa danza siempre en permanente y meticulosa transformación, fuego incombustible, conciencia, certeza del efímero crepitar que exhausto se extingue tan pronto como surge. Y ese asombro, al saberse tránsito, purifica de manera extraordinaria en cada renacer la precaria mirada.


 

viernes, 6 de septiembre de 2013

Aflicción de Espíritu


“Aquello que fue, ya es;
y lo que ha de ser, fue ya;
restaura el Eterno lo transcurrido.”
(Eclesiastés 3,15)
 
“Quien añade ciencia, añade dolor.”
(Eclesiastés 1,18b)
 

 

En vano se afanan los distraídos. Alegrémonos. Empleemos la cuota de vida asignada en hacer el bien. Comamos, bebamos y gocemos del deber cumplido, toda vez que descubramos en el corazón, todo a su tiempo, el inconfundible sabor de la eternidad.


jueves, 5 de septiembre de 2013

Subhumana sublimidad


“Vosotros sois dioses,
hijos todos del Altísimo.”
(Salmo 82, 6)
 
“Dioses sois.”
(Juan 10, 34)

 

 

Todo aquel humano que tiene autoridad para juzgar y decidir sobre la vida de otros seres humanos puede ser considerado un dios, quizá un dios mortal, si se quiere, tangible, sudoroso, defecante, hediondo a la putrición, pero al fin de al cabo un verdadero dios. Un dios que ciertamente habrá de dar cuenta sobre la bondad de sus actos y la imparcialidad de sus juicios, sopesamientos y decisiones ante el Tribunal de un Dios sobrehumano mayor en el que, tal vez, sabedores de su subhumana condición y a “juzgar” por el triste espectáculo actual que brindan a la concurrencia mediática, quizá ya no creen. Su facultad y poderes los obtuvieron vía oposición o, en el caso de los gobernantes, vía impostura electoral. No hubo fermento espiritual. Nuestras laicas sociedades no lo consentirían, pese a que el actual juramento supra verbum admita aún la concesión del premio o la demanda tan incondicionalmente divinos. Mucho más espabilados… qui salvandos, salvatis sestertis.


Queda así postergado el contacto con la Justicia última en la evanescente etapa post-mortem que se presume a todo mortal que crea en las versiones religiosas vigentes, toda vez que la manzana, si bien nos abrió los ojos a la propia desnudez, nos privó de aquella cualidad divina de la que gozábamos de fábrica, como magistrados, modelados a imagen y semejanza del Orbis Factor y neumáticos por Su divina gracia. Quizá la astucia serpentina haya estafado también a los prestigiosos nuevos autoproclamados diosecillos, incapaces de saber gobernarse a sí mismos. Lo regio ha caído en desgracia, dado que son pocos los que tienen la capacidad de salir, haciendo rodar la piedra. Simples sepulcros “tuneados” pusilánimes, que deben toda su autoridad administrativa a la facultad memorística o al dócil voto de aquellos cerditos llorones arrodillados ante el dictamen de su insaciable estómago, que saben mentir con “bellas acciones y nobles arrebatos” mediante los que aparentar lo sublime e impostar así su máscara temible, haciendo resonar su vacua grandilocuencia: ¡Regulos tremendae maiestatis! pletóricos de argumentos “químicos” pero maldita sea su poca “gracia”. Precaria su realeza.
 
 
 

Nihil Obstat


“Quien camina en la noche, tropieza,
toda vez que no encuentra luz en sí.”
(Juan 11,10)
 
“Conviene que uno muera por su pueblo
y no que el Imperio destruya toda la nación.”
(Yosef bar Kayafa, Pragmatismo Saduceo)

 

 

Nadie suele divulgar ninguna información que atente contra su propio interés. Así quiere el sentido común y la judicatura consentir que cualquiera mienta de modo descarado siempre que sea en pos de su propia defensa. Mas sutil resulta aquella mentira noble, que sustenta incólumes los tóxicos cimientos de nuestra sociedad, nos mantiene estupidizados, dóciles, acríticos y agota toda nuestra preciosa atención hasta que, si pese a todo aún llegamos al periodo senil, sea la demencia o el Alzheimer los que nos mantengan inofensivos hasta el final. Quizá por eso resulten tan anecdóticos en la actualidad los casos de sedición no programada. Libertad, sí, pero, si sabemos bien lo que conviene a nuestra sensibilidad y consciencia, siempre dentro del establecido orden constitucional.


Dicho lo cual, si aún deseas lograr adentrarte en el futuro sin la rémora del “sistema”, cultiva tu inteligencia, preserva toda tu atención en la huida, aborrece siempre del miedo-ambiente y busca tu refugio en un ambiente apacible, pacificador, libre de tóxicos. Nadie asegura que llegarás a la meta, ni siquiera si saldrás vivo de la aventura, pero atrrévete a sentir qué se siente cuando tienes la certeza de haber encontrado al fin el camino, tu indiviso camino, aquel en el que cada paso, cada gesto, cada amanecer, cada atardecer cobra sentido. Alimenta tu conciencia con aquellas percepciones sensoriales de las que pretendieron enajenarte quienes causaron tu insuficiencia y, a sabiendas, arbitrariamente te condenaron a vagar por el laberinto del sinsentido, por un módico precio impositivo, y te negaron obtener gratis “el pan nuestro de cada día”. Encuentra a la hija de Minos y su benefactor hilo.


Daat

“El Eterno me condujo a un valle rebosante de huesos resecos
y allí me preguntó: ¿Vivirán estos huesos?
¡Profetiza desde el Espíritu, hijo del hombre!”

(Ezequiel 37,  1)




Vivimos en un mundo lo suficientemente oscuro como para que nada resulte ser como aparenta ni nadie necesite ya ser coherente con lo que enseña. Nada de lo que creemos saber impregna nuestras vidas ni siquiera aspira a ser realmente vivido. Allí donde el sagrado fuego de la discrepancia nos permite advertir que todo es cuestión de perspectiva, la certeza de saber si nuestra mirada es la adecuada es lo que entrevera toda fe de sus necesarias dudas. Por eso, tras atravesar los umbrales de la vida, aún necesitamos seguir estudiando, esto es, seguir abiertos al aprendizaje que deja la escucha atenta. Ni el más excelso manual de sexología suple la experiencia del revolcón amatorio junto a alguien con suficiente pericia. Así, donde la mayoría opina, conoce sólo quien verdaderamente conoce.



martes, 3 de septiembre de 2013

Acecho a Damasco

“El alma es el rey de la ciudad del hombre.
El intelecto su primer ministro.
El honor y la paciencia sus embajadores.
El amor y el perdón sus generales.”
(Ibn Arabí, Divino Gobierno)

“Cualquier idioma sirve. Cualquier amor.”
(Antonio Gala)



La palabra está reñida con el secreto, así como la erudición con la vivencia. La experiencia intelectual nunca puede ser sustituta del saboreo directo de los misterios. Desde la premisa de la Unidad del Ser resulta pues necesario prevenir sobre el abuso de las prácticas rituales y la estrechez en la interpretación de los distintos textos sagrados que desoyen y desprecian el sentido último tras la letra. Allí donde nuestra tecla impregna la red global y nuestros dones no son sino herramientas para que el conocimiento de la divinidad alcance sin distinción todos los corazones en esta incierta época tecnocrática, para que cualquiera pueda, incluso hoy, amar al Eterno en el otro, a través de una vida errante y desprendida que se consagra a la amada, socorriendo a viudas, desfaciendo entuertos.




Nada comunica tanto como el amor, no hay ley ni tiranía superior a ésta. No cabe coacción alguna en religión. Ante el incrédulo o el escéptico, sólo el Eterno responde. No resulta admisible ninguna otra voz. Prepotente guardián, do quiera que vuelvas la mirada no hallarás otro rostro más integrador que Su Rostro. Reconoce pues, de una vez por todas, la proximidad a tu Maestro y entrega tu vida a la causa suprema, toda vez que liberado, y sólo entonces, seas verdadero dueño de ella. Damasco, ahora que los herejes, aquellos que en el odio equivocaron el camino, acechan tus sagradas puertas, ¿está quizá preparado tu corazón para asimilar en intimidad la poesía de ese bocado de luz pura? Do quiera te lleven, nunca abandones sus cabalgaduras.