“El divino ser humano era
originalmente doble.
Perdió así su perfección al ser
dividido por la mitad.”
(Aristófanes)
“Ianum dicunt quasi mundi vil
caeli
vel mensuum ianuam.”
(Isidoro de Sevilla, Etimologías)
Los seres humanos, al igual que les
ocurre a los dioses, al contradecirse se trascienden. ¿Puede haber algo aún más
elevado que aquello capaz de trascenderse a sí mismo? Quizá por ello la fría castidad
de Diana necesita de su furor cinegético, los excesos dionisiacos del reposo
purificador, la mesura apolínea del fértil frenesí musical, el locuaz Hermes recomienda
con total vehemencia el silencio, Minerva gusta defender la paz bajo su atuendo
marcial, Marte babea dócil ante los encantos cordiales de Venus, la cual, a su vez, sólo se
entrega paradójica a quien, en férrea lucha y con furor heroico, verdaderamente la merece…
La dinámica tiene lugar gracias
al necesario contrapunto. El error de Paris fue dejarse deslumbrar por una
belleza meramente sensorial, ignorando ponderar la infinita sutileza de la
majestad y la sabiduría, que no admiten posible discordia. Es así la parcialidad
sesgada la que, al tiempo que termina por extraviarnos, verdaderamente nos
deshumaniza. Es la pereza de la mirada sensorial la que se abandona a la
defensa de intereses espurios, ignorando que sólo en la totalidad tiene
posibilidad de aunar discordancias la armonía. ¿Qué clase de misericordia es la
que no ama a su enemigo y deja de lado al diablo? No, ciertamente, la de un
Dios.
Así, el mismo Logos cortante, que
diseña el espejismo de la creación con voz vibrante, reúne como Mitos lo ficticiamente
separado en el más absoluto silencio. Sin espejo, no hay reflejo que valga.
Revela menos Hermes por todo lo que cuenta, que la silente Atenea por lo que tan sabiamente calla. Allí donde lo ausente resulta lo esencial y lo marginal
fundamental, la razón resulta una herramienta muy peligrosa y resbaladiza en extremo. Quizá por ello los
manicomios pasados, presentes y futuros rebosan de exégetas que aún no se saben
(reconocen) escindidos (esquizofrénicos). No se debe buscar en la periferia su
centro. Quizá también por ello Heracles no dudo al resolver la ordalía
laberíntica de elegir, entre Virtus y Voluptas, tertium datur, más allá de toda loa y reconocimiento, a las dos.
Lo dicho: los dioses, al igual
que les sucede a los héroes, al complicarse la vida como sólo ellos saben
hacerlo, la trascienden. Los tibios perecen.